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El testamento de un excéntrico
Editado
© Ariel Pérez
9 de diciembre del 2003
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El testamento de un excéntrico
Capítulo XXVI

El 6 de junio, Lissy Wag había recibido la fatal noticia. El punto siete, por cuatro y tres, la enviaba a la casilla cincuenta y dos, la prisión del Missuri.

-¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia! -sollozaba Jovita Foley.

Además, había el problema de la prima triple que debían pagar, puesto que no disponían de los tres mil dólares correspondientes. Sólo alguno de los que apostaban fuerte a favor de Lissy Wag podía adelantar dicha suma, si la probabilidad del pabellón azul no estuviera tan comprometida.

El mismo día por la tarde, pagaron su cuenta en el hotel y tomaron el tren para Louisville, a fin de esperar allí... ¿qué?

-Pero, querida Jovita -dijo Lissy Wag en el momento de apearse del tren-, ¿sabes lo que hay qué hacer?

-No, Lissy; he perdido la cabeza. Estoy desorientada por completo.

-Pues bien; yo continuaría el viaje hasta Chicago, regresaría tranquilamente a casa y volvería a mi trabajo en los almacenes Marshall Field... ¿No sería esto lo más prudente?

-Sí... muy prudente... muy prudente, querida. Pero esto es más fuerte que yo, y preferiría quedarme sorda a escuchar la voz de la prudencia.

-Esto es una locura, Jovita.

-Sí. Estoy loca. Lo estoy desde que la partida ha comenzado y quiero estarlo hasta el fin de la misma.

-¡Bah! La partida se terminó para nosotras.

-Aún no se sabe.

¿Es que Jovita Foley conservaba alguna esperanza? En todo caso, ella consiguió de Lissy Wag la promesa de no abandonar la partida. Las dos jóvenes pasarían algunos días en Louisville, contando regresar el 9 de junio a Chicago.

Pero estaba escrito que no partirían aún para la capital de Illinois. Una imprevista circunstancia iba a permitirles tal vez encontrar parte de sus probabilidades de triunfo volviendo a la partida, que tenían que abandonar si no pagaban la prima triple.

A las tres de la tarde, el cartero del barrio llamaba a la puerta de la habitación de las dos jóvenes.

-¿La señorita Lissy Wag?

-Soy yo -respondió la joven.

-Una carta certificada para usted... firme aquí el recibo.

Jovita Foley cogió la carta, no pudiendo resistir rnás. El cartero se retiró.

-¿Qué hay en esta carta, Jovita? -preguntó Lissy Wag.

-¡Dinero, Lissy, tres mil dólares!

-Pero, ¿quién los envía?

Jovita leyó:

Adjunto un cheque de tres mil dólares contra el Banco de Lousville, que suplico a Lissy Wag acepte para pagar su prima de parte de Humphrey WeIdon.

La alegría de Jovita Foley estalló como una pieza de fuegos artificiales. Saltaba y reía hasta ahogarse.

-Pero Jovita -dijo Lissy-, yo no sé si puedo... no sé si debo aceptar.

-¿Que si puedes? ¿Que si debes? ¿No ves que el señor Weldon ha apostado por ti grandes sumas? Así nos lo dijo, y quiere que puedas continuar la partida. Mira, a pesar de su edad respetable, me casaría con él si yo le gustara. Vamos a cobrar el cheque.

La misma tarde, Lissy y Jovita abandonaban Louisville, y al día siguiente, 11, llegaron a San Luis.

Ciertamente, pensándolo bien, la situación de Lissy Wag en la partida era bastante comprometida, puesto que no podía tomar parte en las jugadas sucesivas hasta que alguno de los jugadores la reemplazara en la casilla cincuenta y dos. Pero esto tenía que suceder con toda seguridad, según Jovita Foley. Y en todo caso, Lissy Wag no sería excluida de la partida por no pagar la prima. Ambas estaban, pues, en el estado de Missuri, en el que ningún jugador de la partida Hypperbone pensaba sin sentir espanto.

Las dos amigas se hospedaron en un cuarto del Hotel Lincoln, la tarde del 11 de junio.

-Ya estamos en esta horrible prisión -exclamó Jovita Foley-, y confieso que como tal, San Luis me parece muy agradable.

-Una prisión no es nunca agradable, desde el momento en que no se puede salir de ella.

-Estáte tranquila. Ya saldremos, querida. Mañana se efectúa otra jugada, y el día 14, y... ¿quién sabe? ¿Quién sabe? -repetía sin cesar Jovita Foley.

Al día siguiente era grande la impaciencia de Jovita Foley, pues aquel día el notario Tornbrock debía proceder a una nueva jugada. Así es que de buena mañana, Jovita salió en busca de noticias.

Dos horas estuvo ausente ... al cabo de las cuales penetró en la habitación de Lissy, gritando desaforadamente:

-¡Libre, querida, libre!

-¿Qué dices?

-Ocho, por cinco y tres ¡él los tiene!

-¿Él?

--Y como estaba en la casilla cuarenta y cuatro, da de cabeza en la cincuenta y dos.

-¿Quién?

-¡Max Real, querida, Max Real!

-¡Pobre joven! -respondió Lissy-. Hubiera preferido permanecer aquí.

-¡Vaya, que tienes unas cosas! -exclamó la triunfante Jovita Foley.

Efectivamente, aquella jugada ponía en libertad a Lissy Wag. Ésta sería reemplazada en San Luis por Max Real, cuya plaza ocuparía ella en Richmond, Virginia, a setecientas cincuenta millas, veinticuatro o treinta horas de viaje.

-¡En camino! -gritó Jovita.

-No, querida, no -respondió formalmente Lissy Wag.

-¿No? ¿Por qué no?

-Porque me parece conveniente esperar aquí a Max Real. Debemos esta cortesía al infortunado joven.

A lo que su amiga sonrió maliciosamente.

Precisamente al día siguiente, el 13, Max Real se apeaba en la estación de San Luis. Existía, sin duda, un misterioso lazo que unía al jugador número uno con el número cinco, puesto que Lissy Wag no quería partir antes que Max Reul llegara, y Max Real quería llegar antes que Lissy Wag partiera.

El joven sabía por los periódicos que Lissy Wag se alojaba en el Hotel Lincoln. Así es que se presentó en él, donde fue recibido por las dos amigas, mientras Tommy esperaba en un hotel vecino el regreso de su amo.

Lissy Wag, más emocionada de lo que hubiera querido aparentar, avanzó hacia el joven pintor.

-¡Oh, señor Real, cómo lamentamos...!

-¡Desde el fondo del corazón! -añadió Jovita Foley, que no lo compadecía poco ni mucho.

-No, señorita Wag. No soy digno de compasión, puesto que tuve la fortuna de librarla a usted.

-¡Tiene razón! -declaró Jovita, impulsivamente.

-Excuse a Jovita, no reflexiona. En cuanto a mí se refiere, crea que siento verdadero disgusto.

-Sin duda... -respondió Jovita Foley-. Además, no se desespere. Lo que a nosotros nos sucede ahora, puede sucederle a usted muy pronto. Ciertamente hubiéramos preferido que fueran enviados a prisión, por ejemplo, estos desagradables Hermann Titbury, o el comodoro Urrican. Hubiéramos recibido su visita con mucho más placer que la de usted. Es decir... yo me entiendo...

-Es posible, señorita Foley, pero no probable -respondió Max Real-. Por lo demás, crea usted que acepto este contratiempo con gran filosofía. Nunca creí que ganaría la partida.

-Ni yo, señor Real -se apresuró a decir Lissy Wag.

Max Real encontraba cada vez más encantadora a la joven. Esto se veía claramente.

Los tres entablaron conversación sobre las peripecias de la partida, los incidentes ocurridos en el curso de los viajes y las bellezas de las regiones que llevaban recorridas.

En fin, aquel día y el siguiente, Max y las dos amigas los pasaron juntos hablando y paseando. Lissy Wag mostrándose muy disgustada por la mala suerte de Max Real, y éste muy contento de que Lissy pudiera aprovecharse de la mala suerte de él.

Lo que resultaba de la situación actual de la partida era que, volviendo a Virginia, casilla cuarenta y cuatro, Lissy Wag no sería adelantada más que por Tom Crabbe, que ocupaba la casilla cuarenta y siete, y por X. K. Z., que ocupaba la cincuenta y uno.

Naturalmente, Max Real insistió para que las jóvenes prolongaran su estancia en San Luis. Podían esperar hasta el 18 de junio y estaban a 12. Tal vez Lissy Wag hubiera accedido, pero se rindió a los deseos de Jovita Foley.

No disimuló Max Real el disgusto que tal separación le causaba; pero comprendió que no debía insistir mas, y llegada la noche acompañó a las dos amigas a la estación. Allí repitió una vez más:

-La suerte la acompañe, señorita Wag.

-Gracias... gracias -respondió la joven, tendiéndole la mano.

-¿Y yo? -preguntó Jovita Foley-. ¿No hay una buena palabra para mi?

-Sí, señorita Foley -respondió Max Real-. Espero de su buen corazón que cuide de su compañera... y hasta nuestro regreso a Chicago.

El tren se puso en marcha, y el joven permaneció en el andén hasta que la luz del último vagón desapareció entre las sombras de la noche.

Sí... era cierto, él amaba a aquella dulce y graciosa Lissy Wag, que su madre adoraría cuando a su regreso se la presentara.

Muy triste regresó al hotel. Tommy estaba desesperado. Su amo no se emolsaría los millones de la partida.

Pero se hace mal cuando no se cuenta con el azar.

La mañana del 14 se conoció el resultado de la jugada correspondiente a Tom Crabbe; cinco, por dos y tres. Y como el boxeador ocupaba la casilla cuarenta y siete, el punto cinco lo expedía a la cincuenta y dos, San Luis, Missuri, la prisión.

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