El testamento de un excéntrico
Capítulo XXVIII
Inutil es decir el estado de alma de Lissy Wag cuando
se separó de Max Relal para ir a ocupar su puesto en Richmond.
Habiendo partido en la noche del 13, no podía la joven sospechar
que al día siguiente, la suerte haría por Max Real lo que
por ella había hecho, es decir, darle la libertad y
ocasión de “ponerse en línea”, en el extenso
campo de carreras de los Estados Unidos de América.
De San Luis a Richmond no hay más que
setecientas millas, a través de Missuri, Kentucky, y las dos
Virginias. En la mañana del 14 las dos viajeras llegaron a
Richmond, donde debían esperar el próximo telegrama del
notario Tornbrock, que debía llegar el día 20.
Puede imaginarse fácilmente la alegría
de las dos jóvénes -mayor en una de ellas- cuando a su
llegada leyeron en los periódicos de Richmond la libertad de Max
Real.
Al presente no había más que esperar sin
impaciencias hasta la fecha del 20. Durante estos días, seis
días, el tiempo transcurría agradablemente, con
minuciosas visitas a la ciudad de Richmond. Y sin duda la ciudad les
hubiera parecido más hermosa si Max Real las hubiera podido
acompañar en aquellos paseos. Por lo menos, así lo
declaró Jovita Foley, y es probable que Lissy Wag participara de
esta opinión.
Cuando llegó el 16 de junio, no se
efectuó jugada alguna, puesto que ésta concernía a
Hermann Titbury hundido por un mes en las delicias del Excelsior Hotel,
como se sabe.
En fin, el dia 20, antes de las ocho, Jovita Foley
había obligado a su amiga a seguirla, y se encontraban en las
oficinas del telégrafo de Richmond. Allí, una hora
después, el hilo llevó el número doce, seis y
seis, el más elevado de todos, que la transportaba a la casilla
cincuenta y seis, estado de Indiana.
Las dos amigas volvieron apresuradas al hotel, a fin
de escapar de las demostraciones demasiado vivas del público, y
Jovita Foley exclamó entonces:
-¡Ah, querida! ¡Indianápolis,
Indiana! ¡Qué suerte! ¡Vas a la cabeza, Lissy
querida!
Positivamente, Jovita Foley estaba
excitadísima. Abrazaba a Lissy, que acogía todas aquellas
exclamaciones con una vaga sonrisa. Se trató de la
cuestión de si Lissy Wag abandonaría inmediatamente
Richmond, puesto que disponía de los días comprendidos
hasta el 4 de julio para ir a Indianápolis. Pero como
hacía ya seis días que se encontraban en aquella ciudad,
Jovita Foley afirmó que lo mejor era partir al día
siguiente para su nuevo destino.
Así, pues, el 21 por la mañana, ambas se
hicieron conducir a la estación.
El tren, después de atravesar las dos Virginias
y Ohio, las dejaría por la noche en la capital de Indiana.
Una vez llegadas a esta ciudad, guardando el
incógnito en lo que les fue posible, se dirigieron al Hotel
Sherman que les había sido recomendado.
Como siempre, las dos jóvenes se dedicaron a
recorrer las bellezas de la ciudad, pero Lissy Wag parecía
completamente abstraída.
Y cuando Jovita Folely vio a su compañera, si
no triste, pensativa, dijo:
-Lissy, no te comprendo, o, mejor dicho, te comprendo
demasiado. Sí, es un joven amable... simpático...
reúne todas las cualidades, y entre otras la de agradarte. Pero,
puesto que no está aquí, es preciso ser razonable,
querida.
-Jovita, no te entiendo.
-Vamos, Lissy, sé franca... Confiesa que lo
amas.
La joven no respondió. Y su silencio fue, sin
duda, la mejor respuesta.
El día 22, los periódicos publicaron la
jugada relativa al comodoro Urrican. El notario había tenido
mala mano, pues sacó cinco, por uno y cuatro, lo que
envíaba al marino a la casilla treinta y uno, estado de Nevada
donde William J. Hypperbone había colocado el pozo, en cuyo
fondo el desdichado comodoro permanecería hasta que alguno de
los jugadores fuera a sacarlo. Además, veíase en la
obligación de pagar una prima triple, tres mil
dólares.
-Parece que ese Tornbrock lo hace a propósito
-exclamó Hodge Urrican, en el paroxismo de la cólera.
Y como Turk declarara que en la primera ocasión
que se le presentara retorcería el pescuezo al notario, su amo
esta vez no intentó calmarlo.
Aquel mismo día, al volver de paseo, las dos
jóvenes jugadoras tuvieron una gran sorpresa. Lissy Wag no pudo
contener un grito:
-¡Usted!
El pintor estaba junto a la puerta del hotel, y cerca
de él Tommy. Un poco emocionado, buscaba palabras para explicar
su presencia.
-Señoritas -dijo-, me dirigía a
Filadelfia, y como Indiana se encontraba en mi camino por
casualidad...
-Una casualidad geográfica -respondió
riendo Jovita Foley.
-Como esto no alargaba mi viaje. Y dispongo aún
de seis días...
-Y cuando se dispone de seis días y no se sabe
qué hacer, lo mejor es dedicárselos a las personas por
las que se siente interés, un vivísimo interés
...
-Jovita... -dijo Lissy Wag, en voz baja.
-Y la casualidad -continuó Jovita-, siempre,
esa feliz casualidad hizo que usted eligiera precisamente el Hotel
Sherman.
-Como los periódicos habían dicho que la
jugadora número cinco se albergaba en el Hotel Sherman, con su
fiel compañera.
-Y -respondió la fiel compañera- si la
jugadora número cinco se albergaba en el Hotel Sherman, era
natural que el jugador número uno hiciera lo mismo. ¡Oh,
si se hubiera tratado del número dos o del número tres!
Pero no; era el número cinco precisamente. ¡Y siempre la
casualidad en todo!
-Para nada ha intervenido la casualidad...
-confesó Max Real.
-Vamos... eso está mejor -exclamó Jovita
Foley.
Hablaron como antiguos amigos y se concertaron paseos
por la ciudad.
En cuanto a la partida, Lissy Wag iba ahora la
prirnera, seguida de X. K. Z., a quien para ganar la partida
sólo le faltaban doce puntos... que sólo podían
obtenerse por seis y seis, mientras que los siete que le faltaban a
Lissy Wag podían ser obtenidos de tres maneras distintas: por
dos y cinco, por tres y cuatro, y por seis y uno. De aquí las
tres probabilidades contra una, según pretendía Jovita
Foley.
Al día siguiente, al despertar, preguntó
Jovita:
-¿Qué vamos a hacer hoy? Se anuncia un
soberbio día. El aire y el sol invitan a pasear. ¿No
vamos a salir de Indianápolis? Podríamos visitar los
alrededores.
La proposición merecía ser estudiada.
Max Real consultó el indicador y las cosas se arreglaron a gusto
de todos. Se convino en que irían por la línea que sube
por el White River, hasta Spring Valley, a unas veinte millas de
Indíanápolis. El alegre terceto partió, sin
advertir que cinco individuos los seguían furtivamente. Estos
individuos no solamente los acompañaron hasta la
estación, sino que subieron en el mismo tren que ellos, y cuando
Max Real y sus dos amigas se apearon en la estación de Spring
Valley, dichas gentes hicieron lo mismo.
Max Real, Lissy y Jovita Foley tomaron el camino que
conduce a la orilla del White River. Caminaron durante una hora, a
través de la fértil campiña regada por el arroyo.
La temperatura era agradable y aquel paseo resultó
delicioso.
A las tres, una barca los transportó a la otra
orilla del White River. Más allá, bajo grandes bosques,
se extendía un camino que conducía a la estación.
Tras recorrer una media milla por un camino bordeado de hermosos
árboles, desierto a la hora en que se efectúa el trabajo
de los campos, Jovita Foley, fatigada de tantas idas y venidas, propuso
un descanso de algunos minutos. Había tiempo para estar de
vuelta al Hotel Sherman antes de la comida.
En este momento, cinco hombres se lanzaron sobre
ellos. Eran los mismos que habían bajado del tren en la
estación de Spring Valley.
No eran bandidos de profesión. Querían
sencillamente apoderarse de Lissy Wag, arrastrarla a algún
secreto lugar y secuestrarla allí para impedir que la joven se
encontrara en las oficinas de Telégrafos de Indianápolis
el 4 de julio, a la llegada del correspondiente telegrarna. De
aquí resultaría la exclusión de la partida de la
jugadora que iba a la cabeza.
A esto conducía la pasión de aquellos
jugadores, que habían apostado en la partida enormes sumas,
centenares de miles de dólares,
Tres de los cinco hombres se precipitaron sobre Max
Real, a fin de impedirle que pudiera defender a sus compañeras.
El cuarto cogió a Jovita Foley, mientras el último
procuraba arrastrar a Lissy Wag al fondo del bosque.
Max Real, se defendía, y sacando el
revólver, que un americano lleva siempre consigo, hizo
fuego.
Uno de los hombres cayó herido.
Jovita y Lissy pedían socorro, sin esperanza de
que sus voces fueran oídas.
Lo fueron, sin embargo. Algunos de los colonos de los
alrededores, unos doce, se encontraban cazando en el bosque y un
providencial azar los llevó al teatro de la agresión.
Los cinco hombres intentaron entonces un último
esfuerzo. Por segunda vez Max Real disparó contra el que se
llevaba a Lissy, haciendo blanco. Pero el pintor recibió una
puñalada en el pecho, lanzó un grito y cayó
inanimado al suelo.
Los cazadores aparecieron, y los agresores, dos de los
cuales estaban heridos, comprendiendo que el golpe había
fallado, huyeron por el bosque.
Más que perseguirlos convenía
transportar a Max a la estación próxima, enviar en busca
de un médico y llevar después al herido a
Indianápolis, si su estado lo permitía.
Lissy Wag, llorando a mares, se arrodilló junto
al joven.
Max Real respiraba; sus ojos se abrieron y pudo
pronunciar estas palabras:
-Lissy... querida Lissy... esto no será nada,
¿Y usted?
Sus ojos se cerraron de nuevo... Pero vivía...
había reconocido a la joven... le había hablado...
Media hora más tarde los cazadores lo
depositaban en la estación, donde casi enseguida se
presentó un médico, que después de examinar la
herida afirmó que no era mortal. Le hizo la primera cura, y
aseguró que el herido soportaría sin peligro el traslado
a Indianápolis.
Un segundo médico que fue a visitar a Max Real
en el hotel confirmó lo dicho por su colega. El pulmón no
había sido más que ligeramente tocado por la punta del
cuchillo; pero faltó poco para que la herida fuera mortal.
Declaró también que Max no estaría en pie antes de
quince días.
¡Qué importaba! Ni él pensaba
ahora en la fortuna de William J. Hypperbone, ni Lissy Wag dudaba en
sacrificar sus posibilidades de triunfo para poder permanecer al lado
del herido. Y -confesémoslo en honor suyo, aunque significara el
desvanecimiento de todas las esperanzas- Jovita Foley aprobó la
conducta de su pobre amiga.
Tras largas y maduras reflexiones, Jovita Foley se
había dicho:
“En resumen: puesto que este pobre Real va a
permanecer en Indianápolis quince días, Lissy
estará aún aquí el 4 de julio, fecha de la
próxima jugada, y si por fortuna salieran siete, ella
ganaría la partida.”
Pero...
El siguiente día, 24, a las ocho y media, los
vendedores de periódicos recorrían las calles de
Indianápolis con las copias del telegrama, y proclamaban, o
mejor dicho, aullaban el resultado de la jugada efectuada la misma
mañana en Chicago, concerniente al jugador número
siete.
Este había obtenido doce tantos, por seis
doble, y como el jugador ocupaba la casilla cincuenta y uno, estado de
Minnesota, ganaba la partida.
El que ganaba no era otro que el enigmático
personaje designado con las iniciales X. K. Z.
El pabellón rojo flotaba sobre Illinois.
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