El testamento de un excéntrico
Capítulo XII
-¡Ah, querida Lissy, qué feliz,
qué maravilloso golpe de dados! -exclamó la impetuosa
Jovita.
Acababa de entrar en la alcoba, sin preocuparse por
saber si la enferma descansaba en aquel momento.
-Y, ¿cuál es el número?
-preguntó Lissy, incorporándose en el lecho.
-Nueve, querida, nueve. Un seis y un tres... lo que de
un salto nos lleva a la casilla veintiséis.
-¿Y esa casilla es?...
-Estado de Wisconsin... Milwaukee... a dos horas, dos
horas solamente de Chicago. Con un cinco y con un cuatro,
también nueve, se va a la casilla cincuenta y tres. Pero esta
casilla es el estado de Florida. Es decir, al fin del mundo.
-En efecto, tienes razón -respondió
Lissy-. La Florida está lejos.
-Todas las buenas probabilidades para ti... todas... y
para los otros todas las desventajas.
-Sé más generosa.
-Bueno, exceptúo a Max Real. Pero volvamos a
nuestro asunto, Lissy. El resultado obtenido nos pone en mejores
condiciones que los demás. Actualmente el que iba a la cabeza
era ese periodista, Harris T. Kymbale... que está en la casilla
doce. Mientras que nosotras tenemos catorce puntos más.
Sólo cuarenta puntos y llegamos al fin.
Lissy Wag no se ponía a su diapasón.
-Pero, ¿no te alegras?
-Sí,querida Jovita, e iremos a Wisconsin... a
Milwaukee. . .
-Oh, tenemos tiempo, querida. No partiremos
mañana, ni pasado... Si es preciso, podemos partir dentro de
quince días. Con tal de que el 23, antes del mediodía,
estemos allí...
-Bien... Me alegro, Jovita, puesto que tú
estás contenta.
-¡Sí lo estoy! Tanto como el comodoro
disgustado. Ese mal hombre quería dejarte fuera del concurso...
¡Y hasta se atrevió a decir que habías muerto!
¡Abominable hombre de mar! Ya sabes que a nadie quiero mal...
¡pero a ese comodoro le deseo que vaya al laberinto, a los pozos,
a la prisión, y que tenga que pagar primas sencillas, dobles,
triples...!
Aparte de sus habituales exageraciones, lo cierto era
que Jovita Foley tenía razón. Aquel golpe de nueve, por
seis y tres, era uno de los mejores para empezar. Y no solamente las
hacía adelantar a los demás, sino que dejaba tiempo
suficiente para que Lissy Wag se restableciera.
Aquella noche, Jovita Foley consintió en no
permanecer en la alcoba de Lissy, y se instaló en la suya,
dejando la puerta entreabierta. Allí, ante la mesa, donde se
veía el mapa del juego de los Estados Unidos de América y
la Guía del viajero, no cesó de estudiar Wisconsin, en lo
referente al clima, salubridad, costumbres, como si pensara instalarse
en dicho punto para toda su vida.
El día 9 no trajo cambio alguno en el estado de
la enferma. De aquí dedujo Jovita Foley que ocho días
bastarían para la completa curación de su amiga.
Así, pues, no había que temer ninguna
complicación.
La mañana del día 11 Jovita Foley
entró en el cuarto de Lissy, que observó el rostro
radiante de su amiga.
-¿Dónde fuiste, Jovita?
-Oh, a los almacenes Marshall Field, a darles la
noticia de tu pronto restablecimiento.
-Hiciste bien, Jovita; pero ¿no fuiste a alguna
otra parte?
-¿A otra parte?
-¿No estamos a 11 de mayo?
-Sí.
-Pues la sexta jugada de dados ha debido
efectuarse
-Sin duda...
-Y, ¿bien?
-Pues... Jamás he experimentado una
alegría más grande. ¡Deja que te abrace!... Yo no
quería contártelo por no emocionarte... Pero esto es
más fuerte que yo.
-Habla, Jovita.
-Figúrate que él ha sacado nueve
también... pero por cuatro y cinco...
-¿Quién?
-El comodoro Urrican.
-Pues me parece una excelente jugada..
-Sí, porque el primer golpe va a la casilla
cincuenta y tres, delante de todos; pero también es mal
golpe.
-¿Y por qué es malo?
-Porque el comodoro ha sido enviado al otro
extremo.
-¿Al otro extremo?
-¡Sí... al fondo de la Florida!
Tal era, en efecto, el resultado de la jugada de
aquella mañana, proclamada con visible satisfacción por
el notario Tornbrock, irritado aún contra Hodge Urrican.
-¡Al fondo de la Florida! -repetía
Jovita-. ¡Al fondo de la Florida! ¡A dos mil millas de
aquí!
La noticia no causó a Lissy emoción tan
profunda como su amiga temía. Su natural bondad llevaba
más bien a compadecer al comodoro.
-¡Pobre hombre! -murmuró Lissy.
Al día siguiente, Lissy Wag pudo tomar
algún alimento. No pudo abandonar el lecho; mas como el tiempo
les parecia largo a ambas, particularmente a Jovita, esta se
quedó en la habitación, y, casi siempre en forma de
monólogo, la conversación no languideció.
¡Y de qué hablaría Jovita sino del
estado de Wisconsin, en su opinión, el más bello de los
Estados Unidos! Con su guía ante los ojos, ella no callaba; y
aunque Lissy Wag, por motivo de su enfermedad, no iría a dicho
estado hasta el último día, y no permanecería en
él más que algunas horas, lo conocería como si
hubiera pasado varias semanas.
-Imagínate, querida -decía Jovita Foley
con tono admirativo-, que en otra época se llamaba Mesconsin, a
causa de un río de este nombre, y que en todo el país
nada hay que pueda comparársele. En la parte norte se ven
todavía los restos de antiguos pinares que cubrían todo
el territorio. Posee fuentes termales superiores las de Virginia, y
estoy segura que si tu bronquitis...
-¿Pero -objetó Lissy- no es a Milwaukee
a donde debemos ir?
-Sí... a Milwaukee, la principal ciudad del
estado y cuyo nombre en lengua india significa ¡hermoso
país! También se la llama la Atenas germano-americana,
debido al gran número de alemanes que en ella residen.
¡Ah! Cuando estemos allí, ¡qué gratos paseos
daremos por la orilla del río donde se levantan hermosas casas!
nada más que construcciones de ladrillo de un blanco
lechoso.
Y Jovita Foley leía con voz entusiasta las
páginas de su guía, y refería las diversas
transformaciones de aquel país, en otro tiempo recorrido por las
tribus indias, colonizado por los franco-canadienses en una
época en que se le designaba aún con el nombre de
Badger-State, el estado Blaireau.
En la mañana del 13 la curiosidad de Chicago
aumentó. En el salón Auditorium había tantos
espectadores, como el día que se leyó el testamento de
William J. Hypperbone. A las ocho iba a hacerse la séptima
jugada de dados a favor del misterioso y enigmático personaje
designado por las iniciales X. K. Z.
En vano se había procurado deshacer el
incógnito de este jugador. Los más hábiles
periodistas de la prensa local no lo habían logrado. Cuando se
interrogó al notario Tornbrock sobre el asunto aseguró
que nada sabía, y que su única misión era la de
enviar a las oficinas del Telégrafo donde él debía
esperarlos, los resultados de lasjugadas que se refieran al
“hombre enmascarado” expresión adoptada por el
público.
No obstante, se esperaba que aquella mañana el
señor X. K. Z. respondería al llamamiento que se hiciera
en el salón Auditorium. Pero la pública curiosidad
quedó defraudada por completo.
Ni con máscara ni sin ella, ningún
individuo se presentó cuando el notario Tornbrock,
después de hacer rodar, los dados sobre el mapa, proclamó
en voz alta:
-Nueve por seis y tres. Casilla veintiséis,
estado de Wisconsin.
Circunstancia singular: era el mismo número
obtenido por Lissy Wag, producido por idéntica jugada. Pero caso
grave para la joven, según la regla establecida por el difunto,
sí ella se encontraba aún en Milwaukee el día en
que X. K. Z. llegara allí debía cederle el puesto y
volver al suyo, lo que equivalía a recomenzar la partida.
¡Y no poder marchar!... ¡Quedar retenida en Chicago!
La multitud se resistía a salir... Esperaba...
Nadie. Fue preciso resignarse. Se produjo el desencanto general, que
los periódicos de la noche tradujeron en artículos poco
simpáticos para X. K. Z. ¡No se jugaba así con toda
una población!
Transcurrieron los días. Cada cuarenta y ocho
horas las jugadas se efectuaban con normalidad, y los resultados eran
enviados por telégrafo a los interesados a los lugares donde
debían estar en los plazos marcados.
Llegó el 22 de mayo. Ninguna noticia de X. K.
Z., que aún no había aparecido por Wisconsin. Verdad que
bastaría con que el día 27 estuviera en las oficinas del
Telégrafo de Milwaukee. ¿No podía Lissy Wag ir
inmediatamente a Milwaukee y, conforme a la regla del juego, partir de
este punto antes que X.K. Z. llegara? Sí, puesto que estaba casi
restablecida. Pero ahora había motivo para temer que Jovita
Foley, víctima de violenta crisis de excitación nerviosa,
cayera a su vez enferma. Se declaró un acceso de fiebre, y tuvo
que guardar cama.
-¡Te lo había prevenido, pobre Jovita!
-le dijo Lissy. No eres razonable.
-Esto no será nada, querida... Y,
adernás, la situación no es la misma. Yo no forrno parte
del juego; y si no pudiera partir, partirías sola.
-¡Jamás, Jovita!
-Sin embargo, sería preciso.
-¡Jamás!, te digo... Contigo, sí,
aunque esto no tenga sentido común... ¡Sin ti... no!
Afortunadamente, Jovita se restableció pronto,
y el día 22 por la tarde, pudo levantarse ya.
-¡Ah! -exclamó-. Daría diez
años de mi vida por estar ya en camino.
Después de los diez años que
había dado varias veces, y de los diez que daría en
más de una ocasión en el curso del viaje no le
quedaría mucho tiempo de vida.
La partida estaba fijada para el día siguiente,
23, a las ocho de la mañana, en el tren que en dos horas llega a
Milwaukee, donde Lissy Wag encontraría, al mediodía, el
telegrama del notario Tornbrock. Aquel último día hubiera
terminado sin ningún incidente si no hubieran recibido las dos
amigas, a última hora de la tarde, una inesperada visita.
Se trataba del señor Humphry Weldon, de Boston,
Massachussets, que penetró decidido en la primera
habitación, cuya puerta acababa de abrirle Jovita Foley
dirigiéndose al cuarto en que Lissy estaba; ésta, al ver
al visitante, hizo ademán de levantarse.
-No... no se moleste, señorita -dijo
él-. Excusará mi inoportunidad... pero deseaba verla...
¡Oh! nada más que un instante.
Aceptó la silla que le acercaba Jovita.
-Un instante, nada más que un instante
-repetía-. Sepa que tengo la intención de apostar una
importante suma en su favor, pues creo en su triunfo, y quería
asegurarme del estado de su salud...
-Estoy completamente restablecida, caballero
-respondió Lissy Wag-, y le agradezco su confianza... Pero,
realmente, mis posibilidades de triunfo...
-Cuestión de presentimiento, señorita
Wag -respondió el señor Weldon, con tono decidido.
-Lo que piensa de mi amiga Lissy yo también lo
pienso -exclamó Jovita-. Tengo la seguridad de que
ganará.
-Yo estoy no menos seguro de ello, desde el momento en
que nada se opone a su partida -dijo el señor Weldon.
-Mañana -afirmó Jovita Foley- ambas
estaremos en la estación, y antes del mediodía el tren
nos dejará en Milwaukee.
-Donde podrán ustedes descansar algunos
días, si es preciso.
-¡Oh, no! Es preciso que no estemos allí
el día que llegue el señor X. K. Z.; pues, de lo
contrario, nos veríamos obligadas a recomenzar la partida.
-Es natural. Además -añadió el
caballero-, veo con extrema satisfacción, señorita Wag,
que no parte usted sola.
-No, me acompaña mi amiga, o, por mejor
decirlo, me lleva con ella.
-Pues, señorita Foley, cuento con usted para
hacer que su amiga gane.
Dicho esto, el señor Humphry Weldon se
despidió de las dos jovenes.
Al día siguiente, 23 de mayo, a las cinco de la
mañana, las más impaciente de las dos viajeras estaba ya
de pie.
Y en aquellos momentos, inmediatos a la partida, era
la misma Jovita quién se forjaba, en una última crisis
nerviosa, toda una serie de pretendidos impedimentos, desgracias,
retrasos y accidentes. El carruaje que iba a transportarlas a la
estación podría volcar por el camino... Cualquier
obstáculo podía impedir el paso... Podía haber un
cambio en los horarios del tren... Éste podría, incluso,
descarrilar antes de llegar a Milwaukee.
-Cálmate, Jovita, cálmate... -no cesaba
de repetir Lissy
-No puedo... no puedo, querida.
-¿Vas a continuar en este estado durante todo
el viaje?
-¡Decididamente!
-Entonces... me quedo.
-El coche está abajo, Lissy... Andando.
Las dos amigas bajaron y subieron al vehículo,
dirigiéndose hacia la estación.
Quizás Jovita Foley experimentó cierto
desencanto al notar que la partida de la jugadora número cinco
no había atraído gran número de curiosos.
Decididamente, Lissy Wag no era favorita en la partida Hypperbone. La
modesta joven no se lamentó de esto; al contrario,
prefirió dejar Chicago sin provocar la atención
pública.
-¡Ni aún ese digno señor Weldon
vino! -no pudo menos que decir Jovita.
Paritó el tren por la vía férrea
que sigue la orilla del lago Michigan. Lake View, Evanston, Glenoke y
otras estaciones fueron pasadas a toda velocidad. El tiempo era
soberbio. Las aguas resplandecían, animadas por los barcos de
vapor y de vela. Después de abandonar Vankegan, ciudad
importante del litoral, el tren salió de Illinois, en la
estación de State Line, para entrar en Wisconsin. Más
tarde, dejaron atrás la importante ciudad de Racine, y,
aún no eran las diez, cuando el tren se detuvo en la
estación de Milwaukee.
-¡Ya estamos... ya estamos! -exclamó
Jovita.
-Y con dos horas de adelanto -observó Lissy
Wag, mirando el reloj.
-No... ¡con catorce días de retraso!
-respondió Jovita, saltando al andén.
Las dos viajeras montaron en un coche y se dirigieron
a un hotel. Cuando se les preguntó si permanecerían en
Milwaukee, Jovita Foley respondió que lo diría al volver
de las oficinas del Telégrafo, pero que probablemente
partirían aquel mismo día.
Después preguntó a Lissy:
-¿Tienes apetito?
-Almorzaría de buena gana, Jovita.
-Pues bien; almorzaremos y luego daremos un
paseíto.
-Pero ya sabes que al mediodía...
-Sí, lo sé, querida.
Se sentaron en el comedor, pero no permanecieron
más de media hora a la mesa.
A las dos menos cuarto las dos viajeras entraban en
las oficinas de Telégrafos, y Jovita Foley preguntaba al
empleado si había llegado un despacho para la señorita
Lissy Wag.
-¿Señorita Lissy Wag? -preguntó
el empleado.
-Sí... de Chicago -respondió Jovita
Foley.
-El telegrama está aquí
-añadió el empleado, entregándoselo a Lissy.
-¡Dame... dame! -dijo Jovita-. Tardarías
mucho en abrirlo y yo sufriría un ataque de nervios.
Y con sus dedos, que temblaban de impaciencia,
desgarró el sobre y leyó estas palabras:
Señorita Wag, Oficinas de Telégrafos.
Milwaukee. Wisconsin.
Veinte, por diez y diez, casilla cuarenta y
seis, estado de Kentucky, Mammouth-Caves.
Tornbrock..

Subir
|