El testamento de un excéntrico
Capítulo VII
Al día siguiente, la gran estación de
Chicago presentaba una extraordinaria animación. Esta
provenía de la presencia de un viajero, portador de ligera
maleta y de un saco en banderola, que se preparaba a tomar el tren de
las ocho y diez de la mañana.
No faltaban ferrocarriles en los Estados Unidos, que
cruzan su territorio en todas direcciones. Solamente en Chicago hay un
movimiento diario de trescientos mil viajeros, sin contar las diez mil
toneladas de periódicos y cartas que los vagones transportan
anualmente.
De aquí se deduce que ninguno de los siete
jugadores encontraría dificultades para trasladarse al sitio que
le tocara en suerte, fuera donde fuera.
Max Real, que había regresado la
víspera, se ocultaba entre la multitud del Auditorium, cuando
los números cuatro y cuatro fueron proclamados por el notario.
Nadie lo había visto regresar. Así es que, cuando su
nombre fue pronunciado, se produjo un inquietante silencio, que
rompió la voz de trueno del comodoro Urrican, que gritó
desde su sitio:
-¡Ausente!
-¡Presente! -le respondieron.
Y Max Real, saludado por los aplausos, subió al
escenario.
-¿Dispuesto a partir? -preguntó el
presidente del Excentric Club aproximándose al joven pintor.
-Dispuesto a partir y a ganar -respondió
sonriendo Max Real.
El comodoro Urrican, como un caníbal de la
Papuasia1,
lo hubiera devorado vivo.
El excelente Harris T. Kymbale avanzó hacia el
joven artista y le dijo sin amargura:
-Buen viaje, compañero.
-Buen viaje lleve usted también cuando llegue
el día de cerrar su maleta -respondió Max Real.
Y ambos cambiaron un cordial apretón de
manos.
Ni Hodge Urrican ni Tom Crabbe, furioso el uno y
embrutecido el otro como de costumbre, creyeron deber asociarse a los
cumplimientos del periodista.
El matrimonio Titbury no tenía más que
un deseo: que todos los malos azares del juego cayeran sobre la cabeza
del primero que partía; que fuera a hundirse en los pozos de
Nevada, o en la prisión de Missuri y perrmaneciera allí
hasta el fin de su vida.
Al pasar por delante de Lissy Wag, Max Real se
inclinó respetuosamente y dijo:
-Señorita, permita usted que le desee buena
suerte.
-Pero eso es en contra de sus propios intereses,
caballero -dijo la joven algo sorprendida.
-No importa, señorita; y esté usted
segura de que hago votos por usted.
-Se lo agradezco a usted, caballero -respondió
Lizzy Wag.
Jovita Foley deslizó al oído de su amiga
esta justa observación.
-Me gusta este Max Real, y me gustará
aún más si, como lo desea, te deja llegar la primera.
Terminado el acto, la sala del Auditorium fue evacuada
por el público con el convencimiento de que el match
Hypperbone, como se le dio en llamar, había comenzado.
Por la tarde, Max Real terminó sus poco
complicados preparativos, y a la mañana siguiente,
después de despedirse de su madre con la promesa de escribirle
lo más a menudo posible, abandonó el 3 997 de Halstedt
Street precedido de su fiel Tommy, y se dirigió a pie a la
estación donde llegó diez minutos antes de la partida del
tren.
No ignoraba el joven que la red de las vías
férreas se extiende en todos sentidos alrededor de Chicago, y no
tenía más que preocuparse de elegir entre las dos o tres
que se dirigen hacia Kansas.
-No conozco Kansas -se dijo-, y se me presenta la
ocasión de ver el "desierto americano", como se le
llamaba anteriormente. Además, entre los del país no se
habla mal de los francocanadienses. Allí estaré como en
familia, pues no me está prohibido caminar a mi antojo para
llegar al destino fijado.
En efecto, no le estaba prohibido. Tal había
sido la opinión del notario Tornbrock, consultado sobre este
punto. Sólo de los cincuenta estados colocados en el mapa en el
orden que se sabe, no había más que tres a los que el
jugador tenía que dirigirse en el plazo más corto al
sitio donde tal vez tendría la suerte de ser reemplazado a la
jugada siguiente: eran Luisiana, casilla diecinueve, afecta a la
hostería; Nevada, casilla treinta, afecta al pozo, y Missuri,
casilla cincuenta y dos, afecta a la prisión.
El itinerario adoptado por Max Real era el siguiente:
tomaría el Grand Trunk, ferrocarril que en una extensión
de tres mil setecientos ochenta y seis millas va de Nueva York a San
Francisco - Ocean to Ocean, se dice en América-. Un
trayecto de unas quinientas millas le permitiría llegar a Omaha,
en la frontera de Nebraska, y desde allí, a bordo de uno de los
steamboats que bajan por el Missuri, llegaría a la
metrópoli de Kansas. Después, como turista,
llegaría a Fort Riley el día fijado.
Al entrar Max Real en la estación,
encontró en ella a gran número de curiosos. Los
apostadores querían ver por sus propios ojos al primero que
emprendía el viaje.
Sin embargo, Max Real, la verdad sea dicha, no
agradó mucho a sus conciudadanos, al ver éstos que
llevaba los trebejos de pintor. Consideraban que no se trataba de ver
el país y pintar cuadros, sino de viajar como un jugador que
respetara las conveniencias que debían guardarse a los
ciudadanos, que hacían de aquella partida uma cuestión de
interés nacional.
Max Real se instaló cómodamente, seguido
de su fiel Tommy, en uno de los vagones. Poco tiempo después el
tren arrancó dejando atrás una gran multitud entre la que
podía distinguirse al comodoro Urrican que lanzaba amenazadoras
miradas de despedida.
El muchacho que acompañaba a Max Real le
había sido recomendado a éste poco después de la
muerte de sus padres y había tenido la suerte de nacer ya libre.
Era de natural franco y observaba una excelente conducta.
Aquella primera jornada fue monótona en
extremo. El paisaje de Illinois apareció confusamente entre las
brumas. No se vieron más que las altas chimeneas de las
fábricas de harinas de Napiersville y los tejados de las
fábricas de relojes de Aurora. Nada de Oswego, de Yorkville, de
Sandwich, de Mendoza, de Pricenton, de Rock Island, de su soberbio
puente sobre Mississippi, cuyas aguas rodean la isla de Rock; nada de
aquella propiedad del Estado, transformada en arsenal, donde centenares
de cañones alargan sus bocas entre la hierba y las flores.
Por la tarde cesó la lluvia. Hacia el
crepúsculo entraron en el territorio de lowa. Max Real no
tardó en quedarse dormido y no despertó hasta el. alba.
Estaba disgustado por no haber descendido la víspera en Rock
Island
-Sí. ¡Hice mal, hice mal! -se
decía-. El tiempo no me está tasado. El día con
que cuento disponer para visitar Omaha debí pasarlo en Rock
Island. Desde aquí a Davenport, la ciudad ribereña del
Mississippi, no hay más que atravesar el gran río, y yo
hubiera visto ese famoso "padre de los ríos", que tal
vez estoy llamado a visitar en toda su línea, por poco que la
suerte me pasee a través de los territorios elel centro.
Era demasiado tarde para entregarse a estas
reflexiones. Al presente, el tren corría a todo vapor por las
llanuras de Iowa.
Al fin, el Sol se levantaba cuando el tren
llegó a Council Bluff, casi al límite del estado, y a
tres millas solamente de Omaha, importante ciudad de Nebraska, donde el
Missuri forma la frontera natural.
Allí se elevaba en otro tiempo El derrumbadero
del Consejo, donde se reunían las tribus indias del Far West. De
allí partían las expediciones de conquista o de comercio
que debían practicar el reconocimiento de las regiones cruzadas
por las múltiples ramificaciones de las Montañas Rocosas
y de Nuevo México.
Max Real no pasó esta vez de largo.
-Bajemos -dijo.
-¿Hemos llegado? -preguntó Tommy,
abriendo los ojos.
-Siempre se ha llegado... cuando se está en
alguna parte.
Y después de esta respuesta, positivamente
asombrosa, saltaron los dos al andén de la estación.
Hasta las diez de la mañana el steamboat
no desamarraría del muelle de Omaha. Quedaba, pues, tiempo
suficiente para visitar Council Bluff, sobre la ribera izquierda de
Missuri.
Esto se efectuó rápidamente, tras el
corto alto para el desayuno.
Luego, Max Real marchó derecho hacia el
Missuri, ese gran tributario del Mississippi. El joven pintor
había tenido la idea, que a no dudar no hubieran compartido ni
el comodoro Urrican, ni John Milner, ni aun Harris T. Kymbale, de
sustraerse en cuanto fuera posible a la curiosidad pública. Por
esta razón no había hecho conocer su itinerario al partir
de Chicago. La ciudad de Omaha se interesaba tanto como las
demás en la partida del juego de los Estados Unidos, y de saber
que el primer jugador acababa de llegar a ella, lo hubiera recibido con
todos los honores. Max Real se limitó a comer en un modesto
hotel, sin indicar su nombre y condición.
Omaha es precisamente el sitio donde nace la extensa
vía férrea llamada Union Pacific, entre Omaha y
Ogden, y después Southern Pacific, entre Ogden y San
Francisco. En cuanto a las líneas que ponen a Omaha en
comunicación con Nueva York, los viajeros no tienen otro cuidado
que el de elegir la que más les convenga.
Sin ser conocido por nadie, Max Real vagó por
los principales barrios de la ciudad, semejante a un tablero de damas,
como su vecina Council Bluff; cincuenta y cuatro casillas yuxtapuestas
y rectangulares, que imponen los límites rectilíneos.
El "Dean Richmond" estaba presto para la
marcha. Max Real y Tommy embarcaron y se instalaron en la
galería superior, a la popa.
¡Ah! Si los pasajeros hubieran sabido que uno de
los jugadores de la famosa partida iba a descender en su
compañía por las aguas del río hasta la ciudad de
Kansas, ¡qué acogida rnás entusiasta! Pero Max Real
continuó guardando el incógnito, y Tommy no se hubiera
permitido hacerle traición.
A las diez largáronse las arnarras, las
poderosas álabes se pusieron en movimiento, y el
steamboat tomó la corriente del río, sembrado de
piedras pómez flotantes, desprendidas de las Montañas
Rocosas.
El "Dean Richmond" marchaba
rápidamente entre la flotilla de los barcos de vela y de vapor
que hacen la navegaclón hacia el sur, pues hacia el norte el
río no es navegable, ni cuando los hielos lo cubren en invierno
ni cuando la sequía lo agota en el verano.
Se llegó a Platte City, sobre el río que
da uno de sus nombres al estado, pues lleva también el de
Nebraska; pero realmente el de Platte está más
justificado, pues su curso tortuoso se desarrolla entre dos riberas
herbosas muy descubiertas y que dejan poca profundidad al lecho. A
veinticinco millas de allí, el steamboat hizo escala en
la ciudad de Nebraska, que es realmente el verdadero puerto de Lincoln,
capital del estado, por más que se encuentre a unas veinte
leguas al oeste del río.
Durante la tarde, Max Real pudo tomar algunos croquis
a la altura de Atchison, y una vista notable cerca de Leavenworth,
donde el Missuri es franqueado por uno los más hermosos puentes
de su curso. Allí fue construido, en 1827, un fuerte destinado a
defender el. país contra las tribus indias.
Cerca de la medianoche el pintor y Torrmy
desembarcaron en la ciudad de Kansas. Les quedaban unos doce
días para llegar a Fort Riley, sitio indicado en aquel estado
por la nota de William J. Hypperbone.
El día siguiente Max Real lo dedicóa a
la visita de la ciudad.
El 4 de mayo, por la mañana, el joven pintor se
puso en camino para Fort Riley; hizo esta vez el viaje como un artista.
Cierto que tomó el tren, pero estaba resuelto a apearse en las
estaciones que le agradaran, a hacer excursiones en busca de paisajes,
de los que sacaría buen provecho si el primero que partió
no era el primero que llegara al fin de la partida.
Aquello no era el desierto americano de otra
época. Habían desaparecido los bosques de cipreses y
abetos, las plantaciones de millones de árboles frutales.
Había que tomar nota, en cambio, del nuevo aspecto ofrecido por
la aparición de planteles. Áreas inmensas, dedicadas al
cultivo del sorgo, que entra en la fabricación corriente del
azúcar, alternaban con campos de cebada, maíz, avena y
trigo, que hacen de Kansas uno de los más ricos territorios de
la Unión.
Topeka es la capital de Kansas, a donde llegó
Max Real el 13 de mayo.
Medio día de descanso, tan necesario a Max Real
como al joven que lo acompanaba, y al siguiente día una visita a
la capital. Los habitantes de ésta ignoraban que entre ellos
estaba el ya célebre Max Real. Y, sin embargo, se le esperaba de
paso. Nadie imagnaba que hubiera tomado para ir a Fort Riley otra
vía férrea que no fuera la que atraviesa Kansas y el
desierto Topeka. Allí fue la población a esperarlo, y Max
Real volvió a partir el 14 sin que nadie sospechara su
presencia.
Max Real y Tommy se apearon en la penúltima
estación, tres o cuatro millas antes de Fort Riley, y se
dirigieron hacia la ribera izquierda del Kansas. No había que
tener inquietud, pues medio día bastaría para recorrer
esta distancia, incluso a pie.
El encantador paisaje que se desplegaba ante sus ojos,
obligó a nuestro primer jugador a detenerse al borde del
río. En un ángulo de éste, lleno de luz y de
sombra, se elevaba uno de los últimos árboles de la
farnilia de los cipreses.
-¡Qué hermoso paisaje! -dijo Max Real-.
En dos horas acabaré el bosquejo.
Como se va a ver, él fue quien pudo
terminar.
El joven pintor trabajaba junto a la orilla desde
hacía unos cuarenta minutos, cuando se dejó oír un
lejano ruido en dirección este. Parecía enorme cabalgata
corriendo a través de la planicie que bordeaba la ribera
izquierda.
El rumor sacó a Tommy de un semisueño,
al que se entregaba con gusto, echado al pie de un árbol.
Como su amo no oía nada ni volvía la
cabeza, se levantó y se subió algunos pasos por la
orilla, a fin de alcanzar más extensión con la
mirada.
El ruido aumentaba, y en el horizonte se elevaban
nubes de polvo, que el viento, bastante fuerte entonces, arrastraba
hacia el oeste.
Tommy volvió rápidamente y, con
verdadero espanto, gritó:
-¡Señor, señor!
El pintor, abstraído en su trabajo, no le
respondió:
-¡Señor, señor! -repitió
Tommy con voz alterada, poniéndole su mano en el hombro.
-¿Eh? ¿Qué te sucede, Tommy?
-respondió Max Real, muy ocupado en mezclar con la punta de su
pincel un poco de tierra de siena y de rojo.
-¡Señor!... ¿No oye usted?
MaxReal se levantó enseguida, depositó
su paleta en tierra y ganó la orilla del río.
A quinientos pasos se movía enorme cabalgata,
levantando nubes de polvo y de vapor, especie de alud que se
precipitaba por la superficie de la llanura, entre relinchos furiosos.
Unos instantes más, y estaría al borde del
río.
La huida no era posible más que en
dirección norte. Así es que, recogiendo sus trebejos, el
joven Real, seguido o mejor dicho, precedido por Tommy, corrió
en aquella dirección.
La horda que avanzaba a toda velocidad se
componía de varios miles de esos caballos y mulos que el estado
mantenía en otra época en unos terrenos situados sobre la
ribera del Missuri, pero desde que los automóviles y las
bicicletas se pusieron de moda, aquellos cuadrúpedos,
abandonados a sí mismos, vagaban por los campos.
Aunque corrían tanto como se lo
permitían sus piernas, Max Real y Tommy estaban próximos
a ser cogidos, y hubieran sido aplastados por el peligroso alud, de no
haber conseguido subirse a las ramas de un vigoroso nogal, el
único árbol que se erguía en la llanura.
Eran entonces las cinco de la tarde.
Allí ambos estaban seguros, y cuando las
últimas filas de la horda desaparecieron por la ribera, el joven
pintor gritó:
-¡De prisa! ¡De prisa!
Tommy se apresuró a abandonar la rama sobre la
que se había colocado.
-¡De prisa, te digo, o perderé sesenta
millones de dólares!
Max Real se burlaba, pues no corría el riesgo
de llegar tarde a Fort Riley. En efecto, antes de que dieran las ocho
en el reloj de la ciudad se hallaban ante el Jakson Hotel.
El que primero había partido estaba, pues, en
el sitio elegido por William J. Hypperbone, en la casilla ocho.
¿Y por qué esta elección? Probablemente porque si
el Missuri, situado en el centro geográfico de la Unión,
ha podido ser llamado el estado central, el de Kansas justifica
también este apelativo, pues ocupa el medio geométrico, y
Fort Riley está colocado en el corazón mismo del
estado.
Al día siguiente, el joven Real, abandonando el
hotel, se dirigió al telégrafo y se informó si se
le había expedido algún despacho.
-¿El nombre del señor? -preguntó
un empleado.
-Max Real.
-¿Max Real... de Chicago?
-En persona.
-¿Uno de los jugadores de la gran partida del
juego de los Estados Unidos de América?
-El mismo.
Esta vez era imposible guardar el incógnito, y
la noticia de la presencia de Max Real se esparció por toda la
ciudad.
En medio de hurras, aunque con gran disgusto suyo, el
pintor volvió al hotel. Allí le mandarían, en
cuanto llegara, el telegrama que indicaba el segundo golpe de dados que
le concernía, y que debía enviarle...
¿dónde? ¡Dónde quisiera el capricho de la
casualidad!

1. Nombre que se le
solía dar a Nueva Guinea.
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