El testamento de un excéntrico
Capítulo XIV
El tiempo era inseguro. El viento soplaba del este. La
mar, resguardada por la península de Florida no se
resentía aun del movimiento del Atlántico, y la
"Chicola" navegaba bien.
El viento del este se mantuvo durante todo el
día y toda la noche, con tendencia a calmarse. Por desgracia, al
día siguiente cayó gradualmente, y la "Chicola"
tuvo que navegar a fuerza de remos para no ser llevada a alta mar.
Durante cuarenta y ocho horas la navegación fue casi nula. El
comodoro, devorado por la impaciencia se mordía los
puños, sin dirigir la palabra a nadie, ni aun a Turk.
No obstante, el día 22 amaneció con
esperanzas de modificación en el estado atmosférico.
-El tiempo va a cambiar -dijo aquella mañana el
comodoro Urrican.
-Sí -contestó el patrón Huelcar-.
Pero no me gusta cuando el viento sopla de esta parte.
Hodge Urrican permaneció silencioso,
visiblemente inquieto por los síntomas que se acentuaban entre
el oeste y el suroeste.
Por la tarde empezó a soplar el viento en forma
de huracán, con breves pausas de calma. Fue preciso quitar las
velas altas, y sobre aquella mar dura y soberbia, la goleta marchaba
como una pluma entre las olas.
La noche fue mala. La "Chicola" era empujada
hasta la costa más de lo que convenía. El patrón
maniobró como marino experto, mientras Turk, al timón,
sostenía el barco en lo que era posible, contra las olas.
Los tripulantes rivalizaron en audacia y destreza a
fin de sostener el barco contra la borrasca que venía de alta
mar, a riesgo de naufragar. La goleta perdió tres o cuatro
millas durante el día y la noche siguientes. Si el viento no
soplaba por norte o sur, no podría resistir, y al día
siguiente estaría junto a la costa.
Así sucedió: al alba el día 24,
la tierra, erizada de rocas mostró a cinco millas las terribles
puntas del cabo Sable. Algunas horas más, y la
"Chicola" sería arrastrada a través del
estrecho de Florida.
Sin embargo, con nuevos esfuerzos y aprovechando la
marea ascendente, hubiera sido posible ir a pasar a alguna bahía
cercana.
-Es preciso -declaró Huelcar.
-¡No! -respondió Hodge Urrican.
-Yo no puedo arriesgarme a perder mi barco, y con
él nosotros...
-Te compro el barco.
-No está en venta.
-Un barco está siempre en venta cuando se da
por él más de lo que vale.
-¿Cuánto da usted por él?
-Dos mil dólares.
-Convenido -respondió Huelcar, encantado de tan
beneficiosa venta.
-Es el doble de su valor -añadió el
comodoro Urrican-. Mil dólares por el casco del buque... y mil
más por el tuyo y el de tus hombres.
-Y el pago, ¿cuándo?
-Al contado... Con un cheque que te entregaré
en Key West.
-Trato hecho, mi comodoro.
-Y ahora... Huelcar, ¡la proa a alta mar!
Durante todo el día, la "Chicola"
luchó valientemente, alguna vez cubierta en gran parte por las
olas. Sin embargo, Turk la mantenía con mano firme, y la
tripulación maniobraba con tanto valor como pericia.
La goleta había logrado separarse de la costa,
gracias sobre todo a un ligero cambio de viento del Norte. Pero al
llegar la noche atenuóse el viento y el espacio se llenó
de opacas nubes.
Entonces hubo un apuro extraordinario. Había
sido imposible durante el día calcular la posición.
¿Se encontraban a la altura de Key West, o bien la habían
sobrepasado?
A juicio del patrón Huelcar, la
"Chicola" se encontraba muy cerca del rosario de islotes, que
continúan la peninsula de Florida, y donde está situada
Key West.
-De no haber brumas, seguramente veríamos el
faro de Key West -dijo-. A mi juicio, lo más acertado
sería esperar el día, y si la niebla se disipa...
-No esperaré -respondió el comodoro.
Y en realidad no podía esperar, si
pretendía estar en Key West al siguiente día, antes de
las doce.
La "Chicola" continuaba manteniéndose
proa al sur cuando hacia las cinco de la mañana se produjo un
choque... y después otro.
La goleta había chocado contra un escollo, y
con el casco hundido por la proa, naufragó sobre el flanco de
babor.
En aquel momento se oyó un grito.
Turk reconoció la voz del comodoro. Lo
llamó, pero no obtuvo respuesta.
El patrón y sus hombres pudieron asentar el pie
sobre el escollo, contra el que habían chocado. Con ellos, Turk,
desesperado, buscaba y llamaba al comodoro, infructuosamente.
A las siete, las brumas comenzaron a aclararse y se
inició la búsqueda. Poco después, uno de los
marineros descubrió el cuerpo del comodoro, sujeto entre dos
puntas del escollo.
Acudió allí Turk y, sollozando,
abrazó el cuerpo de su jefe, hablándole sin obtener
respuesta.
Sin embargo, aún se escapaba un ligero soplo de
los labios de Hodge Urrican, y su corazón latía.
-¡Vive! ¡Vive! -exclamó Turk.
Realmente, el comodoro estaba en lamentable
situación. Al caer, su cabeza había chocado contra un
ángulo de la roca. Le vendaron la herida. Luego, sin recobrar el
conocimiento, fue trasladado a una parte alta del islote.
El cielo estaba entonces libre de nieblas, y la mirada
podía abarcar gran extensión. Eran las nueve y veinte.
Huelcar, tendiendo el brazo hacia el oeste, exclamó:
-¡El faro de Key West!
En efecto, Key West se encontraba a cuatro millas en
la dirección indicada. Si la noche hubiera sido clara, se
hubiera podido ver la luz del faro y la goleta no hubiera zozobrado
sobre los peligrosos escollos.
En resumen, en lo que concernía al jugador
número seis de la partida Hypperbone, podía darse por
fuera de combate. No tenía medio para franquear la distancia que
separaba el islote en que se hallaba, puesto que la
"Chicolá" había quedado completamente
inservible. Sería preciso que permanecieran en este pedazo de
roca, en espera de que pasara un barco y los recogiera.
No hay que decir que Turk no se hacía ilusiones
sobre el resultado de la partida Hypperbone. Para Hodge Urrican la
partida estaba perdida. ¡Qué acceso de cólera
cuando el comodoro volviera en sí!
Serían poco más de las diez cuando uno
de los marineros de la "Chicola" grito:
-¡Una barca!
En efecto, una chalupa de pesca, impulsada por una
ligera brisa, se aproximaba al islote.
Apresuróse Huelcar a hacer señales, que
fueron vistas por la gente de la chalupa, y media hora después
recogidos los náufragos, la embarcación ponía
rumbo hacia Key West.
Empujada por la brisa, la barca franqueó
rápidamente la distancia de cuatro millas, y a las once y quince
anclaba en el puerto.
La chalupa fondeó, y al momento centenares de
habitantes rodearon a los náufragos. Esperaban al comodoro
Urrican. ¡Y en qué estado se presentaba a sus ojos!
Decididamente, la mar no se mostraba propicia a los jugadores de la
partida Hypperbone... Crabbe llegaba a Texas como una masa inerte, y el
comodoro en estado de cadáver, o poco menos. Lo condujeron a las
oficinas del puerto, donde el médico acudió enseguida.
Respiraba aún, y aunque su corazón latía
débilmente, no parecía que ninguno de sus órganos
estuviera lesionado, no obstante, cuando fue lanzado fuera de la
goleta, su cabeza chocó con el ángulo de una roca., la
sangre había corrido en abundancia y siempre había temor
de alguna lesión en el cerebro.
En suma, no obstante los cuidados y los vigorosos
masajes a que lo sometieron, el comodoro, aunque lanzó dos o
tres suspiros no recobró el conocimiento.
El médico propuso entonces transportarle a un
cómodo hotel, a menos que no se creyera preferible conducirlo al
hospital de Key West, donde estaría mejor cuidado que en otra
parte.
-No -respondió Turk-; ni al hospital ni al
hotel.
-¿Dónde, entonces?
-¡A las oficinas del Telégrafo!
Turk tenía una idea, que comprendieron y
secundaron todos los que estuvieron presentes en aquella escena. Puesto
que Hodge Urrican había llegado antes del mediodía a Key
West el 25 de mayo -y contra viento y marea, bien puede afirmarse-,
¿por qué su presencia no había de constar
oficialmente en el sitio que en dicha fecha debía
encontrarse?
Tendieron en una camilla al comodoro, y entre una
multitud creciente se dirigieron todos al despacho del
Telégrafo.
Vivo asombro de los empleados, que sospecharon un
error. ¿Se tomaba la oficina por el depósito de
cadáveres?
Pero cuando supieron que el cuerpo allí
conducido era el del comodoro Urrican, uno de los jugadores de la
partida Hypperbone, su asombro se trocó en emoción.
Estaba allí ante la ventanilla del Telégrafo;
allí, donde el golpe de dados cinco y cuatro lo había
enviado... muy lejos... ¡y en qué estado!
Turk avanzó, y con voz fuerte
preguntó:
-¿Hay un telegrama para el comodoro
Urrican?
-Aún no -respondió el empleado.
-Pues entonces, caballero -replicó Turk-,
certifique usted que estamos aquí antes que él... -y el
hecho se consignó en un registro ante numerosos testigos.
Eran las once y cuarenta y cinco, y no había
más que esperar el telegrama que, sin duda, aquella
mañana debía haber sido expedido en Chicago.
No se esperó mucho tiempo.
A las once y cincuenta y tres sonó el timbre
del aparato; funcionó el mecanismo y se desenvolvió la
banda de papel.
Cuando el empleado la retiró, leyó la
dirección y dijo:
-Un telegrama para el comodoro Hodge Urrican...
-Presente -respondió Turk por su amo, en el que
el médico no pudo, ni aun en aquel instante, sorprender la menor
señal de inteligencia.
El telegrama estaba redactado en estos
términos:
Chicago, Illinois, 8 horas, 13 mañana, 25 mayo.
- Cinco, por tres y dos, casilla cincuenta y ocho, estado de
California, Death Valley.- TORNBROCK
¡Estado de California! ¡Al otro extremo
del territorio federal, que era preciso atravesar del sudeste al
noroeste!
Y no solamente una distancia de más de dos mil
millas separa California de Florida, sino que, además, la
casilla cincuenta y ocho era la que en el juego de la oca figura con la
cabeza de muerto. Y después de llegar a esa casilla el jugador
está obligado a volver a la primera para comenzar la
partida.
-Vamos -se dijo Turk-. ¡Vale más que mi
pobre jefe no recobre el sentido... pues nada lo levantaría de
semejante golpe!

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