El testamento de un excéntrico
Capítulo XXII
El primero de junio la puerta de la casa de South
Halstedt Street, número 3997, en Chicago, se abría a las
ocho de la mañana ante un joven que llevaba a la espalda sus
aparejos de pintor, y al que seguía un negro conduciendo una
maleta.
Calcúlese cuál sería la sorpresa
y también la alegría de Mme. Real cuando su hijo
entró en su aposento y pudo estrecharlo entre sus brazos.
-¿Tú, Max? ¿Cómo?
¿Eres, tú?
-En persona, mamá.
-¿Tú, en Chicago, en vez de estar en
Richmond?
-Tranquilízate, mamá. Tengo tiempo
sobrado para ir a Richmond; y como Chicago se encontraba en mi
itinerario, tenía el derecho de detenerme aquí algunos
días y pasarlos contigo.
-¡Ay, Max, qué deseos tengo de que
termine esta partida!
-¡Y yo también!
-En provecho tuyo, ¡claro está!
-No te inquietes. Piensa que poseo la palabra que
abrirá el arca de ese digno Hypperbone.
-En fin, ¡qué alegría me causa
verte, hijo mío!
Max Real estaba en Cheyenne, Wyoming, cuando el 29 de
mayo, al regreso de su excursion por el Parque Nacional de Yellowstone
recibió el telegrama relativo a su tercera jugada: ocho, por
cinco y tres. La casilia ocho, después del veintiocho que
ocupaba en aquellos momentos, era el Illinois. Era pues, preciso doblar
el punto ocho, y el número dieciséis conducía al
pintor a la casilla número cuarenta y cuatro, Virginia, Richmond
City.
Entre Chicago y Richomond circulan gran número
de trenes, lo que permite franquear en veinticuatro horas la distancia
que separaba las dos metrópolis. Asi, pues, Max Real
disponía de quince días -del 29 de mayo al 12 de junio- y
le pareció lo más conveniente descansar durante una
semana en casa de su madre.
Aunque había escrito varias veces a su madre,
tuvo que contarle todo lo que le había acontecido en sus viajes
y aventuras por Kansas y Wyoming.
-Y, ahora -preguntó a su madre- ¿en
qué situación está la partida?
Para hacérsela conocer, Madame Real condujo a
su hijo a su habitación y le mostró un mapa extendido
sobre una mesa, señalado con banderitas de diferentes colores.
La madre de Max Real había seguido fielmente todas las
incidencias de la partida de Hypperbone.
-¿A quién pertenece el pabellón
azul que va a la cabeza? -preguntó Max.
-A Tom Crabbe, hijo mío, a quien la jugada de
ayer, 31 de mayo, envía a la casilla cuarenta y siete, estado de
Pensilvania.
-He aquí algo que llenará de gozo a John
Milner.En cuánto a ese estúpido boxeador, ese fabricante
de puñetazos, que el amarillo se transforme en encarnado en mi
paleta si comprerde algo de esto. ¿Y el pabellón
rojo?
-El pabellón X. K. Z., colocado sobre la
casilla cuarenta y seis, distrito de Columbia.
Efectivamente, gracias al punto diez doble, o sea
veinte, el hombre enmascarado había dado un salto de veinte
casillas desde Milwaukee, Wisconsin, hasta Washington, capital de los
Estados Unidos de América.
-¿No se sospecha quién es este
desconocido? -preguntó Max Real.
-No, hijo mío, nada se sabe.
-Seguro que tendrá muchos partidarios entre los
que apuestan.
-Sí, muchos son los que creen en su
fortuna.
-He aquí lo que vale ser un misterioso
personaje -declaró Max Real-. ¿Y este pabellón
amarillo?
-Es el pabellón de Lissy Wag.
Sí; este pabellón flotaba aún
sobre la casilla correspondiente a Kentucky, porque en aquella fecha,
primero de junio, no se había efectuado todavía la
funesta jugada que enviaba a Lissy Wag a la prisión de
Missuri.
-¡Ah, encantadora joven! -exclamó Max
Real-. Te aseguro que de haberla encontrado en mi camino, le hubiera
renovado mis deseos de su buen éxito final.
-¿Y el tuyo, Max?
-¡También el mío, mamá!
¿Te imaginas? ¡Ambos ganando la partida! ¿No
estaría esto bien?
-Pero, ¿puede ser?
-No, no puede ser. Pero suceden en este mundo cosas
tan extraordinarias.... ¿Y cuándo va a efectuarse la
próxima jugada a favor de Lissy Wag?
-Dentro de cinco días, el 6 de junio.
-Confiemos en que mi linda compañera
sabrá evitar los peligros del camino, el laberinto de Nebraska,
la prisión de Missuri, el Valle de la Muerte californiano.
¡Buena suerte! ¡Sí, de todo corazón se la
deseo!
Decididamente, Max Real pensaba alguna vez en Lissy
Wag. Hasta con frecuencia, podía decirse -con demasiada
frecuencia, pensó la señora Real-, algo sorprendida del
entusiasmo con que su hijo hablaba de la joven.
-¿Y a quién pertenece este
pabellón verde que campea sobre la casilla veintidós?
-Es el pabellón del señor Kymbale.
-Un simpático joven -dijo Max Real-. Y que
según oí decir, aprovecha bien sus visitas al
país.
-Así es, en efecto, y el Tribune
publica sus crónicas casi diariamente. Va bastante atrás,
a pesar de todo.
-Eso no importa en esta partida, pues un buen golpe
nos pone enseguida delante de los demás.
-Tienes razón, hijo mío.
-Y dime, ¿de quién es este
pabellón que parece tan triste por estar enarbolado sobre la
casilla cuatro?
-El de Hermann Titbury.
-¡Ah, execrable sujeto! -exclamó Max
Real-. ¡Qué rabia debe sentir al verse el
último!
-Es para quejarse, Max, pues en dos jugadas no andado
más que cuatro pasos, y después de haber permanecido en
Maine ha tenido que partir para el estado de Utah.
-Sin embargo, yo no lo lamento -declaró Max
Real-. Esa pareja de ladrones se merece lo peor, y siento que no haya
tenido que desembolsar alguna fuerte prima.
-No olvides que ha tenido que pagar una multa en
Calais -hizo observar Mme. Real.
-Tanto mejor. Lo que ahora le deseo es que saque el
mínimo de puntos: uno y uno. ¡Calla! ¡Esto lo
conduciría al Niágara! ¡Lo que le costaría
mil dólares!
-Eres cruel con esos Titbury, Max.
-Son gente abominable, enriquecidos por la usura y que
no merecen compasión. No faltaría más sino que la
suerte les hiciera herederos del generoso Hypperbone.
-Todo es posible -respondió Mme. Real.
-Pero no veo el pabellón del famoso Hodge
Urrican.
-¿El pabellón anaranjado? No, no flota
en ninguna parte desde que la mala suerte envió al comodoro al
Valle de la Muerte, desde donde tiene que volver a Chicago, para
recomenzar la partida.
-Duro es para un oficial de la marina arriar su
pabellón -exclamó Max Real-. ¡Cómo
habrá hecho temblar su barco desde la quilla a la punta de los
mástiles! ¿Cuándo debe ser efectuada la jugada a
favor de X. K. Z.?
-Dentro de nueve días.
-¡Qué rara idea del difunto, la de
ocultar el nombre del último de los Siete!
En estos momentos, Max Real estaba al corriente de la
situación de la partida. Después de la jugada que lo
enviaba a Virginia, sabía que ocupaba el tercer lugar,
correspondiendo el primero a Tom Crabbe y el segundo a X. K. Z., para
los cuales no se había efectuado aún la tercera
jugada.
El tiempo que pasó Max Real en Chicago lo
dedicó a terminar dos de sus paisajes, cuyo valor debía
aumentar a los ojos de los aficionados americanos, dadas las
condiciones en las que habían sido pintados.
Resulta, pues, que en espera de su próximo
viaje, Max no se inquietó, ni de la partida, ni de aquellos a
quien ésta hacía correr por todos los Estados Unidos.
En realidad él no desempeñaba
allí un papel más que por no disgustar a su buena madre;
no menos indiferente que Lissy Wag, la que, por su parte, se prestaba a
ello por no contrariar a Jovita Foley.
Durante su estancia tuvo conocimiento del resultado de
las tres jugadas efectuadas en el Auditorium. La del día 2 fue
deplorable para Hermann Titbury, puesto que lo obligaba a ir a la
casilla número diecinueve, estado de Luisiana, donde estaba
situada la hostería, y donde debía permanecer sin jugar
durante dos veces. Respecto a la jugada del día 4, fue muy bien
acogida por Harris T. Kymbale, pues aunque no lo conducía
más que a la casilla treinta y tres, Dakota del Norte, le
aseguraba un curioso viaie.
En fin, el día 6 Tornbrock procedió a
efectuar la jugada que concernía a Lissy Wag. Aquella
mañana, Max Real fue al Auditorium, de donde salió muy
desolado. De la casilla treinta y ocho, Kentucky, Lissy Wag, por el
punto catorce, por siete dobles era enviada a la casilla cincuenta y
dos, estado de Missuri, donde la desdichada jugadora debía
permanecer en prisión hasta que otro jugador fuera a ocupar su
plaza.
Como se comprenderá, estos tres golpes causaron
considerable efecto en los mercados y entre los que apostaban. El papel
Tom Crabbe y Max Real fue solicitado más que nunca.
Al día siguiente, 7 de junio, Max Real se
dispuso a abandonar Chicago. Su madre, tras renovar sus
recomendaciones, le hizo prometer que no se retrasaría en el
camino.
-¡Con tal que el telegrama que vas a recibir en
Richmond no te envíe al fin del rnundo! -comentó la vieja
dama.
-De allí se vuelve, mamá,
¡mientras que de la prisión ... ! En fin, confiesa que
todo esto es ridículo. ¡Parece uno un vulgar caballo de
carreras!
-No, no, hijo. Parte, y ¡que tengas suerte!
Cuatro días más tarde de la partida de
Max Real, la señora Real recibió la siguiente carta de su
hijo -carta fechada el 11 de junio- que contenía ciertos datos
propios para hacer reflexionar a la buena señora, y que no
dejaron de causarle alguna inquietud por lo que concernía al
estado de espíritu de su hijo:
“Richmond, 11 de junio.
Mi buena y querida madre: He llegado al fin, no de
esta bestial partida, sino al que me imponía mi tercera jugada.
Después de Fort Riley de Kansas, y Cheyenne de Wyoming, Richmond
de Virginia. Pero nada temas, pues el ser a quien quieres más en
el mundo, está en estos momentos sano y salvo. Otro tanto
querría yo decir de esa pobre Lissy Wag, a la que en Missuri le
espera la húmeda paja del calabozo. Aunque no deba ver en ella
más que a una rival, me parece tan encantadora, tan interesante,
que no te oculto lo mucho que me apena su desdichada suerte.
¡Ah, si en la próxima jugada un
Titbury, un Crabbe o un Urrican tuvieran que liberarla! ¿Te
imaginas a nuestro terrible comodoro, después de tantos
trabajos, cayendo en la casilla cincuenta y dos? Capaz sería de
abandonar a su Turk a sus feroces instintos de tigre.
En un anuncio de Richmond acabo de leer el
resultado de la jugada del día 10 de junio. Nuestro famoso
desconocido X. K. Z. obtuvo el número cinco, por tres y dos.
Debe, pues, ir a Minnesota. Desde la casilla cuarenta y seis salta a la
cincuenta y uno... y queda en cabeza. Pero, ¿quién
diablos es ese hombre? Me parece persona de suerte, y temo que mi
jugada de mañana no me haga avanzar ante él.
Aquí termino esta larga carta, que
sólo puede interesarte por ser tu hijo quien la escribe, y te
abraza de corazón quien no es más en la actualidad que un
caballo de carreras inscrito para el turf Hypperbone.
MAX REAL.”

Subir
|