El testamento de un excéntrico
Capítulo XXVI
El 6 de junio, Lissy Wag había recibido la
fatal noticia. El punto siete, por cuatro y tres, la enviaba a la
casilla cincuenta y dos, la prisión del Missuri.
-¡Qué desgracia! ¡Qué
desgracia! -sollozaba Jovita Foley.
Además, había el problema de la prima
triple que debían pagar, puesto que no disponían de los
tres mil dólares correspondientes. Sólo alguno de los que
apostaban fuerte a favor de Lissy Wag podía adelantar dicha
suma, si la probabilidad del pabellón azul no estuviera tan
comprometida.
El mismo día por la tarde, pagaron su cuenta en
el hotel y tomaron el tren para Louisville, a fin de esperar
allí... ¿qué?
-Pero, querida Jovita -dijo Lissy Wag en el momento de
apearse del tren-, ¿sabes lo que hay qué hacer?
-No, Lissy; he perdido la cabeza. Estoy desorientada
por completo.
-Pues bien; yo continuaría el viaje hasta
Chicago, regresaría tranquilamente a casa y volvería a mi
trabajo en los almacenes Marshall Field... ¿No sería esto
lo más prudente?
-Sí... muy prudente... muy prudente, querida.
Pero esto es más fuerte que yo, y preferiría quedarme
sorda a escuchar la voz de la prudencia.
-Esto es una locura, Jovita.
-Sí. Estoy loca. Lo estoy desde que la partida
ha comenzado y quiero estarlo hasta el fin de la misma.
-¡Bah! La partida se terminó para
nosotras.
-Aún no se sabe.
¿Es que Jovita Foley conservaba alguna
esperanza? En todo caso, ella consiguió de Lissy Wag la promesa
de no abandonar la partida. Las dos jóvenes pasarían
algunos días en Louisville, contando regresar el 9 de junio a
Chicago.
Pero estaba escrito que no partirían aún
para la capital de Illinois. Una imprevista circunstancia iba a
permitirles tal vez encontrar parte de sus probabilidades de triunfo
volviendo a la partida, que tenían que abandonar si no pagaban
la prima triple.
A las tres de la tarde, el cartero del barrio llamaba
a la puerta de la habitación de las dos jóvenes.
-¿La señorita Lissy Wag?
-Soy yo -respondió la joven.
-Una carta certificada para usted... firme aquí
el recibo.
Jovita Foley cogió la carta, no pudiendo
resistir rnás. El cartero se retiró.
-¿Qué hay en esta carta, Jovita?
-preguntó Lissy Wag.
-¡Dinero, Lissy, tres mil dólares!
-Pero, ¿quién los envía?
Jovita leyó:
Adjunto un cheque de tres mil dólares
contra el Banco de Lousville, que suplico a Lissy Wag acepte para pagar
su prima de parte de Humphrey WeIdon.
La alegría de Jovita Foley estalló como
una pieza de fuegos artificiales. Saltaba y reía hasta
ahogarse.
-Pero Jovita -dijo Lissy-, yo no sé si puedo...
no sé si debo aceptar.
-¿Que si puedes? ¿Que si debes?
¿No ves que el señor Weldon ha apostado por ti grandes
sumas? Así nos lo dijo, y quiere que puedas continuar la
partida. Mira, a pesar de su edad respetable, me casaría con
él si yo le gustara. Vamos a cobrar el cheque.
La misma tarde, Lissy y Jovita abandonaban Louisville,
y al día siguiente, 11, llegaron a San Luis.
Ciertamente, pensándolo bien, la
situación de Lissy Wag en la partida era bastante comprometida,
puesto que no podía tomar parte en las jugadas sucesivas hasta
que alguno de los jugadores la reemplazara en la casilla cincuenta y
dos. Pero esto tenía que suceder con toda seguridad,
según Jovita Foley. Y en todo caso, Lissy Wag no sería
excluida de la partida por no pagar la prima. Ambas estaban, pues, en
el estado de Missuri, en el que ningún jugador de la partida
Hypperbone pensaba sin sentir espanto.
Las dos amigas se hospedaron en un cuarto del Hotel
Lincoln, la tarde del 11 de junio.
-Ya estamos en esta horrible prisión
-exclamó Jovita Foley-, y confieso que como tal, San Luis me
parece muy agradable.
-Una prisión no es nunca agradable, desde el
momento en que no se puede salir de ella.
-Estáte tranquila. Ya saldremos, querida.
Mañana se efectúa otra jugada, y el día 14, y...
¿quién sabe? ¿Quién sabe? -repetía
sin cesar Jovita Foley.
Al día siguiente era grande la impaciencia de
Jovita Foley, pues aquel día el notario Tornbrock debía
proceder a una nueva jugada. Así es que de buena mañana,
Jovita salió en busca de noticias.
Dos horas estuvo ausente ... al cabo de las cuales
penetró en la habitación de Lissy, gritando
desaforadamente:
-¡Libre, querida, libre!
-¿Qué dices?
-Ocho, por cinco y tres ¡él los
tiene!
-¿Él?
--Y como estaba en la casilla cuarenta y cuatro, da de
cabeza en la cincuenta y dos.
-¿Quién?
-¡Max Real, querida, Max Real!
-¡Pobre joven! -respondió Lissy-. Hubiera
preferido permanecer aquí.
-¡Vaya, que tienes unas cosas! -exclamó
la triunfante Jovita Foley.
Efectivamente, aquella jugada ponía en libertad
a Lissy Wag. Ésta sería reemplazada en San Luis por Max
Real, cuya plaza ocuparía ella en Richmond, Virginia, a
setecientas cincuenta millas, veinticuatro o treinta horas de
viaje.
-¡En camino! -gritó Jovita.
-No, querida, no -respondió formalmente Lissy
Wag.
-¿No? ¿Por qué no?
-Porque me parece conveniente esperar aquí a
Max Real. Debemos esta cortesía al infortunado joven.
A lo que su amiga sonrió maliciosamente.
Precisamente al día siguiente, el 13, Max Real
se apeaba en la estación de San Luis. Existía, sin duda,
un misterioso lazo que unía al jugador número uno con el
número cinco, puesto que Lissy Wag no quería partir antes
que Max Reul llegara, y Max Real quería llegar antes que Lissy
Wag partiera.
El joven sabía por los periódicos que
Lissy Wag se alojaba en el Hotel Lincoln. Así es que se
presentó en él, donde fue recibido por las dos amigas,
mientras Tommy esperaba en un hotel vecino el regreso de su amo.
Lissy Wag, más emocionada de lo que hubiera
querido aparentar, avanzó hacia el joven pintor.
-¡Oh, señor Real, cómo
lamentamos...!
-¡Desde el fondo del corazón!
-añadió Jovita Foley, que no lo compadecía poco ni
mucho.
-No, señorita Wag. No soy digno de
compasión, puesto que tuve la fortuna de librarla a usted.
-¡Tiene razón! -declaró Jovita,
impulsivamente.
-Excuse a Jovita, no reflexiona. En cuanto a mí
se refiere, crea que siento verdadero disgusto.
-Sin duda... -respondió Jovita Foley-.
Además, no se desespere. Lo que a nosotros nos sucede ahora,
puede sucederle a usted muy pronto. Ciertamente hubiéramos
preferido que fueran enviados a prisión, por ejemplo, estos
desagradables Hermann Titbury, o el comodoro Urrican. Hubiéramos
recibido su visita con mucho más placer que la de usted. Es
decir... yo me entiendo...
-Es posible, señorita Foley, pero no probable
-respondió Max Real-. Por lo demás, crea usted que acepto
este contratiempo con gran filosofía. Nunca creí que
ganaría la partida.
-Ni yo, señor Real -se apresuró a decir
Lissy Wag.
Max Real encontraba cada vez más encantadora a
la joven. Esto se veía claramente.
Los tres entablaron conversación sobre las
peripecias de la partida, los incidentes ocurridos en el curso de los
viajes y las bellezas de las regiones que llevaban recorridas.
En fin, aquel día y el siguiente, Max y las dos
amigas los pasaron juntos hablando y paseando. Lissy Wag
mostrándose muy disgustada por la mala suerte de Max Real, y
éste muy contento de que Lissy pudiera aprovecharse de la mala
suerte de él.
Lo que resultaba de la situación actual de la
partida era que, volviendo a Virginia, casilla cuarenta y cuatro, Lissy
Wag no sería adelantada más que por Tom Crabbe, que
ocupaba la casilla cuarenta y siete, y por X. K. Z., que ocupaba la
cincuenta y uno.
Naturalmente, Max Real insistió para que las
jóvenes prolongaran su estancia en San Luis. Podían
esperar hasta el 18 de junio y estaban a 12. Tal vez Lissy Wag hubiera
accedido, pero se rindió a los deseos de Jovita Foley.
No disimuló Max Real el disgusto que tal
separación le causaba; pero comprendió que no
debía insistir mas, y llegada la noche acompañó a
las dos amigas a la estación. Allí repitió una vez
más:
-La suerte la acompañe, señorita
Wag.
-Gracias... gracias -respondió la joven,
tendiéndole la mano.
-¿Y yo? -preguntó Jovita Foley-.
¿No hay una buena palabra para mi?
-Sí, señorita Foley -respondió
Max Real-. Espero de su buen corazón que cuide de su
compañera... y hasta nuestro regreso a Chicago.
El tren se puso en marcha, y el joven
permaneció en el andén hasta que la luz del último
vagón desapareció entre las sombras de la noche.
Sí... era cierto, él amaba a aquella
dulce y graciosa Lissy Wag, que su madre adoraría cuando a su
regreso se la presentara.
Muy triste regresó al hotel. Tommy estaba
desesperado. Su amo no se emolsaría los millones de la
partida.
Pero se hace mal cuando no se cuenta con el azar.
La mañana del 14 se conoció el resultado
de la jugada correspondiente a Tom Crabbe; cinco, por dos y tres. Y
como el boxeador ocupaba la casilla cuarenta y siete, el punto cinco lo
expedía a la cincuenta y dos, San Luis, Missuri, la
prisión.

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