El testamento de un excéntrico
Capítulo XIX
El pabellón verde era el de Harris T. Kymbale;
el pabellón que se colocaba en los mapas para indicar su llegada
a tal o cual estado, y que había sido atribuido al jugador
número cuatro atendiendo al lugar que este color ocupa en el
espectro solar. El redactor jefe del Tribune se mostraba muy
satisfecho de este color. ¿No era el de la esperanza?
Además, no hubiera sido justo quejarse de la
suerte que lo favorecía como turista y como jugador.
Después de haber sido enviado por la primera jugada, de Nuevo
México, el punto diez, por cuatro y seis, le reservaba la
casilla veintidós, Carolina del Sur, en las fronteras del
territorio federal, y más especialmente Charleston, su
metrópoli. No ignoraba que los postores se lo disputaban en las
agencias, que era solicitado en todos los mercados del mundo, con prima
de uno contra nueve a lo que ninguno de los otros jugadores
había llegado, y en todas partes proclamado favorito.
Felizmente, al abandonar Santa Fe, el periodista no
había a oído al práctico conductor de coches,
Isidoro, formular la declaración de que él no
arriesgaría veinticinco centavos sobre sus probabilidades de
triunfo, y confiaba en su estrella.
Disponía desde el 21 de mayo hasta el 4 de
junio para hacer el viaje a la Carolina meridional, y como desde la
estación de Clifton el viaje se efectuaría sin
dificultades por ferrocarril el tiempo no le faltaría.
Harris T. Kymbale abandonó, pues, Santa Fe el
día 21, y esta vez se limitó a dar al conductor una buena
propina, sin necesidad de hacer brillar ante los ojos de él ni
centenares de miles, ni aún centenares de dólares. Llego
por la noche a la estación de Clifton, desde donde la vía
ferrea, después de franquear el paralelo que limita al sur el
estado del Colorado, lo depositó en Denver, capital de dicho
estado.
Veamos ahora lo que pensó Harris T. Kymbale, el
proyecto que formó, sin tener en cuenta la observación
que el honorable gobernador de Buffalo le había hecho, de que
él no era su dueño, sino que pertenecía a los
jugadores que apostaban por él.
"Heme aquí transportado a una de las
más hermosas provincias de la Unión; las Montañas
Rocosas al oeste; al este, llanuras de maravillosa fertilidad; suelo
hinchado de plomo, plata y oro, a través del cual el
petróleo corre a oleadas; territorio al que afluyen los
emigrantes, atraídos por sus riquezas naturales, y los ociosos
solicitados por los lujosos balnearios y lo sano de su clima. Yo no
conocía este país soberbio y se me presenta
ocasión de conocerlo. ¿Puedo contar con que el azar me
haga volver a él en el resto de la partida? Nada menos seguro.
De otra parte, para llegar a Carolina del Sur tengo que atravesar tres
o cuatro estados que ya visité. Ellos no me ofrecerán
novedad ninguna. Lo mejor es, pues, consagrar al Colorado todo el
tiempo de que puedo disponer, y esto es lo que voy a hacer. Con tal de
que me encuentre en Charleston el 4 de junio, antes del mediodía
nada tendrán que reprocharme los que por mí apuestan.
Además, yo siempre hago mi voluntad y el que no esté
contento, ¡allá él!"
T. Kymbale, pues, el día 21 se instaló
en un buen hotel de la capital del Colorado.
No pasó allí más que cinco
días, hasta el 26 por la tarde. Pero a nadie
extrañará que un periodista sea capaz de hacer en tan
poco tiempo lo que otro que no lo sea haría en menos del doble.
Esto es cuestión de entusiasmo profesional. Y para convencerse
de eso bastará echar una mirada sobre estas notas de su cartera,
de las que Harris T. Kymbale se servía para redactar
artículos del Tribune:
“22 de mayo: Visita a Denver. Ciudad elegante;
anchas calles sombreadas, soberbias tiendas, como en Nueva York o en
Filadelfia; iglesias, Bancos, teatros, sala de conciertos, gran
establecimiento universitario del Far West, vasto puerto, hoteles y
restaurantes de lujo. Café francés. Muy bueno, el
café francés.
“Denver, fundada en 1858 en la confluencia del
Cheery Creek y del Plate River. En 1859 no
había más que tres mujeres. Primer niño, nacido
aquel año. Veinte años después, veinticinco mil
habitantes. Inmigración constante. Actualmente, cerca de ciento
siete mil almas.
“Ciudad incomparable, sin rival. Aire de primera
calidad; oxígeno de ídem. En torno a la ciudad, muchas
torres. Si gano la partida, me haré construir una a orillas del
Cheery Creek. Tendré coches, caballos, perros, criados
blancos y negros. Acabo de ser recibido por el Gobernador del estado,
que apostó por mí una gran suma.
“23 de mayo: Visito hasta los pueblos de
menos importancia, convertidos en ciudades: Aurorio, Golden City, Oro
City y Leadville, la ciudad del plomo.
“24 de mayo: el ferrocarril me ha trasladado a
Pueblo, importante centro industrial, con muchos pozos de
petróleo. Si gano la partida, compraré uno o dos.
Pasé por Colorado Springs llamada 'Ciudad de los
millonarios', muy famosa por sus baños, y muy frecuentada
por enfermos reales e imaginarios.
“25 de mayo: Vuelvo de Suiza, de la Suiza
americana, se entiende, en la parte oriental de la cordillera del
Colorado. Esto es tan hermoso como el Parque Nacional de Wyoming,
más tal vez que la Suiza europea. Claro es que hablo como
ciudadano de los Estados Unidos.
“No tengo tiempo de visitar todas las maravillas
que encierra este estado, por lo que regreso a Denver. Es menester no
retrasarse, y no olvidar que el gobernador de Colorado y gran
número de sus administradores, según creo, apostaron en
favor mío.”
La tarde del 26 se organizó una fiesta en honor
del periodista. Sabido es que en los Estados Unidos un hombre vale la
fortuna que tiene, y en el espíritu de los habitantes del
Colorado, Harris T. Kymbale valía sesenta millones de
dólares Viose, pues, festejado por aquellos fastuosos
americanos, según su valor.
Al día siguiente, 27 de mayo, el jugador
número cuatro se despidió del Gobernador, en medio de
gran mulitud de partidarios que lo aclamaron. El tren abandonó
Denver, atravesó Kansas de oeste a este, después Missuri,
pasando primero por su capital, Jefferson City, y después por
San Luis, ya en la tarde del 28.
No tenía Harris T. Kymbale
intencíón de detenerse en esta ciudad, y esperaba que la
suerte no lo enviara nunca a ella, puesto que le correspondía la
casilla número cincuenta y dos, el lugar de la prisión en
el juego de la oca. Pero, a causa de los trasbordos de los trenes, tuvo
que pasar la noche en uno de los hoteles de dicha ciudad.
Parecía que nada podía impedirle ya
estar en Charleston el día señalado. Y sin embargo, poco
faltó para que no pudiera llegar, y hasta para que quedara
imposibilitado para siempre de viajar, a causa de un incidente sobre el
que vamos a hablar, y que nadie hubiera podido prever.
A eso de las siete y cuarto, Harris T. Kymbale vagaba
por el andén de la estación, con el objeto de informarse
la hora de los trenes, cuando bruscamente tropezó un hombre que
salía de los despachos.
Se cambiaron las finas frases de rigor, en estos estos
casos:
-¡Bruto!
-¡Torpe!
-¡Mire por donde va!
-¡Y usted mire hacia delante!
Pero Harris T. Kymbale lo conocía.
-¡El comodoro! -exclamó.
-¡El periodista!
Era efectivamcnte el comodoro Urrican, sin su fiel
Turk. Resultaba, pues, que Hodge Urrican no solamente había
sobrevivido al naufragio de la “Chicola” sino que
había encontrado ocasión para abandonar Key West.
Así que Urrican estaba en San Luis, y con un
humor peor que el de costumbre. Esto se comprende, pues ¿no
estaba camino de California, con la obligación de volver a
Chicago, a fin de recomenzar la partida, después del pago de una
prirna triple?
-Mi más cordial enhorabuena, comodoro Urrican,
pues veo que no ha muerto...
-No señor. ¡Ni aun después de
chocar con un bruto?... ¡Me siento capaz de enterrar a los que
sin duda se alegrarían de no volverme a ver!
-¿Dice eso por mí? -preguntó el
periodisia, frunciendo el entrecejo.
-Sí, señor -respondió Hodge
Urrican, mirando a su adversario frente a frente-. Sí,
señor... favorito.
Y parecía que mascaba esta palabra.
Harris T. Kymbale comenzó a excitarse:
-Parece que al pasar por California para volver a
Chicago se pierde toda cortesía.
El tiro dio en el blanco.
-¡Caballero... usted me insulta! -exclamó
el comodoro.
-Tómelo como quiera.
-Bien... lo tomo en mal sentido, y me tendrá
que dar explicaciones de su insolencia.
-Al instante, si quiere...
-Sí, si tuviera tiempo -gruñó el
comodoro-, pero tengo que tomar este mismo tren, que parte ahora.
En efecto, un tren se iba a poner en marcha. No
había momento que perder. Así es que el comodoro,
lanzándose al puentecito que unía dos vagones,
exclamó con voz terrible:
-¡Este misma noche recibirá noticias
mías... las recibirá usted!... ¡Esta misma noche,
en el European Hotel! -y partió.
Harris T. Kymbale regresó al European
Hotel, donde precisamente se albergaba. Después de comer
dio un largo paseo por la ciudad, y al regresar le entregaron una carta
que había llegado de Herculanum, en el último tren, que
decía así:
Señor jugador número cuatro: usted
tiene sin duda un revólver, como yo tengo el mío. Yo
tomaré mañana a las siete el tren que parte de Herculanum
para San Luis. Tome usted el que a la misma hora parte de San Luis para
Herculanurn. Esto no altera ni su itinerario ni el mío.
Estos dos trenes se cruzarán a las siete y
diecisiete. Si usted no es hombre que atropelle e insulte a las gentes
sin dar explicaciones, esté en el momento indicado, solo, en el
último puentecito del último vagón de su tren, que
yo estaré en el del mío, y podremos cambiar algunas
balas.
El Comodoro HODGE URRICAN.
Para encontrar un adversario digno de él, a
nadie podía haberse dirigido mejor que al redactor del
Tribune.
“Bien”, pensó. “Si este
marino se imagina que voy a retroceder, se engaña
completamente.”
Así pues, al día siguiente, un poco
antes de las siete, Harris T. Kymbale tomó el tren que se
dirigía a Herculanum. Después de elegir sitio en el
último vagón, se instaló cómodamente.
A las siete y catorce se levantó, se
colocó en el puentecito y sacó de su bolsillo el
revólver. Lo examinó para ver si estaba cargado y
esperó.
A las siete y dieciséis se oyó el ruido
del tren que se aceracba a todo vapor, desde Herculanum. Harris T.
Kymbale levantó el revólver. Las locomotoras se cruzaron,
dejando tras ellas un aluvión de blancos vapores.
Un segundo después, dos detonaciones estallaron
simultáneamente.
Harris T. Kymbale sintió el viento de una bala
junto a su rostro. Después los dos trenes se perdieron a lo
lejos. El periodista volvió tranquilamente a ocupar su puesto,
sin saber si el comodoro había sido tocado o no.
El tren continuó su viaje, dejando atrás
las ciudades de Nashville y Chattanooga, nombre cuyo significado es
“Nido de cuervos”. Atravesó el estado de Georgia,
hasta la ciudad de Augusta sobre el río Savannah, y se
adentró en Carolina del Sur, deteniéndose, por fin, en
Charleston. Era el 2 de junio, por la noche.
Los periódicos le informaron del paso de los
inseparables Urrican y Turk por Odgen, Utah, el día 31,
dirigiéndose a las lejanas regiones de California.
-Más vale así... -se dijo el
periodista-. Mejor es no haberlo acertado. Es un oso marino... pero con
figura humana a fin de cuentas.
Sería poco expresivo decir que Harris T.
Kymbale fue recibido con entusiasmo. Hubo una especie de delirio por el
jugador, en el que la ciudad veía el más calificado de
los Siete. Realmente, para ellos no había más que uno: el
que el punto diez acababa de enviarles.
Huésped tan bien recibido, contraía con
la ciudad una gran deuda de agradecimiento, por lo que declaró
que si ganaba la partida fundaría en Charleston un hospicio para
los pobres sin familia. Y lo notable fue que gran número de
pobres fueron a inscribirse al Ayuntamiento, a fin de asegurarse las
primeras plazas en aquel establecimiento de caridad.
En fin, en medio de fiestas llegó la tarde del
3 de junio. Por suscripción había sido organizado un
espléndido banquete. Se efectuaría bajo una
magnífica arboleda. La multitud de invitados se dirigió
al sitio señalado para el banquete, dando grandes gritos y
hurras.
Sería tarea imposible dar una idea del
menú, ni del fausto del servicio. Baste saber que la pieza
principal fue un pastel monstruoso que pesaba ocho mil libras, cocido
en un horno gigantesco, y que un carro tirado por doce caballos
llevó al festín. Acabado éste, sonaron las
exclamaciones: «¡Hurra por Harris T. Kymbale! ¡Hurra
por el jugador número cuatro! ¡Hurra por el favorito de la
partida Hypperbone!»

Subir
|