El testamento de un excéntrico
Capítulo XVII
-No creo que haya llegado.
-¿Y por qué no?
-Porque mi periódico nada ha dicho.
-Mal informado debe estar su periódico, pues el
mío publicó la noticia hace tiempo.
-Entonces dejaré la suscripción.
-Hará usted bien.
-Seguramente, pues no está permitido, cuando se
tra. ta de un hecho de tal importancia, que el periódico deje a
sus lectores sin noticias.
Estas frases se cambiaban entre dos ciudadanos de
Cincinnati, que se paseaban. Aquel día 28 de mayo, otros
ciudadanos no menos desconocidos que los anteriores,
entregábanse a conversaciones por el siguiente estilo:
-¿Usted no lo ha visto?
-No... desembarcó por la noche, ya muy tarde;
lo introdujeron en un carruaje cerrado y su compañero se lo
llevó...
-¿A dónde?
-Eso no se sabe; ¡y sería tan interesante
saberlo...!
-Pero, en fin... él no ha venido a Cincinnati
para no mostrarse. ¡Supongo que se le exhibirá!
-Sí, pasado mañana, según se
dice.
-En el gran concurso de Spring Grove.
-Habrá mucha gente.
-Calcule usted...
Esta manera de juzgar al héroe del día
no era unánime.
-Una buena reputación -decía uno.
-Nosotros tenemos otros que valen tanto -decía
otro.
-Más de seis pies, si se cree la
publicidad.
-Pies que no tienen doce pulgadas tal vez.
-Será preciso verlo.
- Parece que hasta la fecha ha vencido a los
demás.
-¡Bah! Eso se dice... Una manera de atraer al
público. Y después se le roba.
-Aquí no nos dejaremos engañar.
-¿No viene de Texas? -preguntó un
robusto mozo de anchos hombros.
-De Texas, en línea recta.
-Entonces, esperemos.
-Sí, esperemos. Ya se ha dado el caso de alguno
que ha venido de fuera y que mejor hubiera sido que permaneciera en su
casa,
-Después de todo, si él gana no se
asombraría.
Como se ve, había divergencia de opiniones, lo
que no era para satisfacer a John Milner, desembarcado la
víspera en Cincinnati con el jugador número dos, Tom
Crabbe, al que la segunda jugada hecha en favor suyo había
obligado a ir desde la capital de Texas a la Metrópoli de
Ohio.
El 17 de mayo, al mediodía, en Austin, John
Milner había recibido aviso telegráfico del resultado de
la jugada relativa al pabellón añil, el famoso boxeador
de Chicago.
Decididamente, a Tom Crabbe le favorecía la
suerte, mas quizas que a Max Real, aunque éste hubiera dado un
gran avance, merced a su punto doble. El notario había sacado
para él el punto doce, el mayor que se puede obtener con dos
dados. Pero como a este punto correspondía igualmente una de las
casillas de Illinois, había que doblarlo, y el número
veinticuatro hacía pasar a Tom Crabbe de la casilla once a la
casilla treinta y cinco.
Antes de dejar a Austin, John Milner recibió
incontables felicitaciones. Aquel día las apuestas aumentaron.
El papel Tom Crabbe subió, no solamente en Texas, sino en otros
estados -principalmente en los mercados de Illinois, donde las agencias
pudieron colocarse a uno contra cinco, tasa más elevada que la
de Harris T. Kymbale, favorito hasta entonces.
-¡Cuídelo, cuídelo! -se
decía a John Milner-. Bajo pretexto de que está dotado de
constitución de hierro, y de que posee músculos de acero,
no lo exponga. Es pr e¡so que llegue al final sin
avería.
-Tengan confianza en mí -declaró John
Milner-. Quien está en la piel de Tom Crabbe es John Milner.
-Nada de travesías por mar, ni cortas ni largas
-añadían-, puesto que el mareo lo pone en tal estado de
descomposición física y moral.
-Que no ha durado -replicó John Milner-.
¡No tengan ustedes miedo! ¡Nada de navegación entre
Galveston y Nueva Orleans! Iremos a Ohio por ferrocarril a
pequeñas jornadas, puesto que disponemos de quince días
para llegar a Cincinnati.
Esta capital, en efecto, ocupaba, según la
elección del testador, la casilla número treinta y cinco,
y Tom Crabbe iba a avanzar sobre los demás jugadores,
excepción hecha del comodoro Urrican.
Aquel mismo día, animado, cuidado, acariciado,
sus partidarios lo condujeron a la estación y lo subieron a un
vagon envuelto en buenas mantas, por precaución, teniendo en
cuenta la diferencia de temperatura que existe entre Ohio y Texas.
Después, el tren arrancó en dirección a la
frontera de Luisiana.
Los dos viajeros descansaron durante veinticuatro
horas en Nueva Orleans, donde fueron acogidos con mayor entusiasmo
aún que la primera vez, lo que significaba que el boxeador
ganaba partidarios. En todas las agencias había demanda de Tom
Crabbe. Era un delirío, un furor. Los periódicos
calcularon en un millón quinientos mil dólares las sumas
apostadas por él en el curso de su viaje entre la capital de
Texas y la metrópoli de Ohio.
-iQué éxito más enorme! -se
decía John Milner-. ¡Y qué recibimiento nos espera
en Cincinnati! Pues bien, es preciso que sea un verdadero triunfo.
Tengo ya mi idea.
No se trataba, como se pudiera creer, de anunciar
pomposamente, utilizando toda clase de propaganda, la llegada del
campeón del Nuevo Mundo, ni de desafiar a los más
afamados boxeadores de Cincinnati a lucha en la que Tom Crabbe
btendría seguramente la victoria, para seguir el curso de sus
peregrinaciones. Tal vez John Milner intentaría hacerlo
algún día, si la ocasión se presentaba. Por ahora,
al contrario, pretendía desembarcar en el mayor
incógnito, dejar a la multitud sin noticias de su favorito hasta
el último día, hacer creer que había desaparecido
y que no se presentaría a tiempo el día 31... Y entonces
se presentaría de pronto, para que su aparición fuera
aclamada.
Precisamente, John Milner había leído en
los periódicos que el 26 habría en Cificinnati una gran
exposición de ganado, concurso en el que las bestias
cornúpetas y otras serían honradas con grandes premios.
¡Qué ocasión para exhibir a Tom Crabbe en Spring
Grove, cuando ya se hubiera perdido toda esperanza de volverlo a ver, y
esto la víspera del día que debía encontrarse en
las oficinas del Telégrafo de la metrópoli!
Inútil sería decir que John Milner no
consultó a su compañero su idea. En la noche del 19 al 20
ambos partieron sin prevenir a nadie. .. ¿Qué
había sido de ellos? Eso se preguntó la ciudad al
siguiente dia.
John Milner no tomó el camino que había
seguido al abandonar Illinois para dirigirse a Luisiana. Así es
que, sin apresuramientos, sin que en ninguna parte se advirtiera la
presencia de Tom Crabbe, viajando de noche, descansando de día,
cuidando de no atraer la atención, el pabellón
añil y John Milner atravesaron los estados del Mississipi, de
Tennesse, de Kentucky, y el 23 al alba, se detuvieron en Covington.
Desde allí no tenían más que franquear el Ohio
para pisar el suelo de Cincinnati.
La idea de John Milner, pues, se realizó
fácilmente. Llegaron a las puertas de la metrópoli y Tom
Crabbe pasó de incógnito. Los periódicos mejor
informados no sabían qué había sido de ellos.
Más allá de Nueva Orleans sus huellas se
perdían.
Tenía razón al contar con el efecto que
la aparición del coloso produciría en Cincinnati cuando,
desesperados ya sus partidarios de verlo en su puesto el 31 del
corriente, particularmente los que apostaron por él sumas
considerables, la víspera del día que debía
presentarse en las oficinas de Telégrafos y después de
haber pedido vanamente noticias de su persona por toda la Unión,
lo vieran aparecer en medio del gentío, en el concurso de Spring
Grove.
Y, sin embargo, ¿quién sabe Si John
Milner no hubiera aprovechado mejor las dos semanas de las que
podía disponer desde su partida de Texas, paseando su
fenómeno por los territorios de Ohio? Tanto desde el punto de
vista de su situación en la partida Hypperbone, como en el mundo
de los aficionados al boxeo, ¿no había interés en
llevarlo de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, exhibiéndolo
en los principales lugares de Ohio?
Tales poblaciones son numerosas y prósperas, y
Tom Crabbe hubiera sido muy bien recibido.
En fin, Tom Crabbe no se exhibió en las
principales ciudades. Llegó a la frontera de Kentucky sin
accidente ni fatiga, viajando del modo que se ha dicho. Durante su
estancia en Texas recobró su habitual vigor, todo su poder
físico. Nada habia perdido de ellos durante el viaje.
¡Qué triunfo, pues, cuando apareciera ante la concurrencia
de Spring Grove!
Al día siguiente, John Milner quiso dar una
vuelta por la ciudad; claro es que sin ir acompañado de su
curiosa bestia. Al salir del hotel dijo a Tom:
-Aquí te dejo, y tú me
aguardarás.
Como no se trataba de una consulta, Tom Crabbe no tuvo
que responder.
-No saldrás de la habitación bajo
ningún pretexto -añadió John Milner.
Tom Crabbe hubiera salido si se le mandara salir. Se
le decía que no saliera y no saldría.
-Si tardo en volver -añadió John
Milner-, se te subirá tu primer almuerzo, después el
segundo, luego tu merienda, después tu comida y tu cena. Voy a
dar órdenes sobre esto y no tendrás que preocuparte por
tu alimentación.
No, Tom Crabbe no se preocuparía por tal cosa,
y en aquellas condiciones esperaría el regreso de John Milner.
Dirigiendo su enorme masa a una ancha mecedora, se dejó caer en
ella, e imprimiendo a su silla ligero balanceo, se abismó en la
oscuridad de sus pensamientos.
John Milner bajó al despacho del hotel, hizo la
lista de las sustanciosas comidas que debían servir a su
compañero, franqueó la puerta, cruzó las calles de
Covington, atravesó el río en ferryboat,
desembarcó en la rivera derecha, y con las manos metidas en los
bolsillos, como un desocupado, subió al barrio comercial de la
ciudad.
Advirtió que allí reinaba gran
animación. También procuró sorprender al paso
algunas palabras de las conversaciones. No sospechaba que ya hubiera
tan gran impaciencia por la próxima llegada del jugador
número dos. He aquí, pues, a John Milner vagando de una a
otra calle, entre gentes notoriamente preocupadas, deteniéndose
ante grupos y tiendas y en las plazas donde la animación era
mayor.
John Milner quedó muy satisfecho; pero deseaba
saber hasta qué punto llegaba la impaciencia por no haber visto
aún a Tom Crabbe en Cincinnati. Por eso, viendo al salchichero
en la puerta de su tienda, entró en ésta y pidió
un jamón, que, como se supone, tendría dónde
colocarlo. Despué de pagar sin haber regateado, dijo en el
momento de salir:
-Mañana es el concurso.
-Sí, hermosa fiesta que honrará a
nuestra ciudad -respondió el salchichero.
-¿Habrá mucha gente en Spring Grove?
-preguntó John Milner.
-Toda la ciudad estará allí, caballero
-respondió Dick Wolgod con la amabilidad que todo salchichero
serio debe al cliente que acaba de comprar un jamón-. Calcule
usted... ¡Tratándose de tal exhibición!
John Milner prestó oído. Estaba
asombrado. ¿Cómo podría sospecharse que él
tuviera intención de exhibir a Tom Crabbe en Spring Grove?
-Así, ¿nadie se preocupa de los retrasos
que pudiera haber?
-No, señor.
Y como en aquel momento entrara en la tienda un
parroquiano, John Milner salió lleno de aturdimiento.
Póngase cualquiera en su lugar.
No había dado cien pasos, cuando en la esquina
de la quinta calle transversal detúvose de pronto,
levantó las manos y dejó caer su jamón al
suelo.
En la esquina de una casa había un cartel
escrito con gruesas letras que decía:
"ÉL LLEGA! ¡ÉL
LLEGA!! ¡ÉL LLEGA!!! ¡ÉL HA
LLEGADO!!!!"
Esto pasaba de todo límite. ¿Cómo
se conocía la presencia de Tom Crabbe en Cincinnati? Se
sabía que no había nada que temer respecto a la fecha
asignada al campeón del Nuevo Mundo. Esta era la
explicación de la alegría que en la ciudad reinaba y de
la satisfacción que el salchichero, Dick Wolgod, había
demostrado.
Decididamente es difícil, digamos imposible, a
un hombre célebre escapar a los inconvementes de su celebridad,
y era preciso renunciar a seguir echando sobre Tom Crabbe el velo de
incógnito.
Otros carteles más explícitos no se
limitaban a decir que había llegado, sino que venía
directamente de Texas, y que figuraría en el concurso de Spring
Grove.
-¡Ah! ¡Esto es demasiado! -exclamó
John Milner-. ¡Se conocía mi proyecto de traer a Tom
Crabbe! Habré hablado delante de Tom, y éste, que no
habla nunca, habrá hablado en el camino. No puedo comprenderlo
de otro modo.
John Milner regresó al barrio de Covington,
entró en el hotel para el segundo almuerzo y nada dijo a Tom
Crabbe de la indiscreción que seguramente había cometido;
persistiendo en la idea de no mostrarlo aún al público,
permaneció con él durante el resto del día.
Al siguiente, a las ocho, ambos se dirigieron hacia el
río, lo atravesaron y subieron por las calles de la ciudad.
El concurso nacional de ganados iba a celebrarse en
Spring Grove. La población en masa dirigíase ya hacia
este sitio, sin demostrar inquietud alguna, como John Milner pudo
advertir. Por todas partes acudían grupos de esa gente alegre y
bulliciosa que espera ver pronto satisfecha su curiosidad.
¿John Milner pensaba tal vez que antes de
llegar a Spring Grove, Tom Crabbe sería reconocido por su
estatura, su aspecto y su rostro, que la fotografía había
reproducido y popularizado hasta en las mas ínfimas aldeas de la
Unión? Pues bien, no. Nadie se ocupó de él, nadie
se volvió al verlo pasar, nadie intuyó que aquel coloso
que acompañaba su paso al de John Milner fuera el célebre
boxeador y jugador de la partida Hypperbone, aquel que el punto
veinticuatro acababa de mandar a la casilla treinta y cinco, estado de
Ohio, Cincirmati.
Esperaron en Spring Grove a que dieran las nueve. La
multitud se agolpaba ya en el lugar del concurso. Al tumulto formado
por los espectadores, uníanse los berridos y gruñidos de
los animales, los más favorecidos de los cuales iban a figurar
para gran honor suyo en las páginas del programa oficial.
En el centro se alzaba un estrado sobre el que
debían ser expuestos los productos.
A John Milner le acometió entonces la idea de
atravesar por entre la multitud, llegar al pie del estrado hacer subir
en él a su compañero y gritar:
-¡He aquí a Tom Crabbe, el campeón
del Nuevo Mundo, el jugador número dos del match
Hypperbone!
¿Qué efecto causaría esta
inesperada revelación a aquel público excitado?
Empujando a Tom Crabbe hacia adelante, y como
arrastrado por aquel poderoso remolcador, hendió las olas del
pueblo y quiso subir al estrado.
El sitio estaba ocupado. ¿Quién lo
ocupaba? Un enorme cerdo, colosal producto de las dos razas americanas
Polant China y Red Jersey; un puerco fenomenal de
ocho pies de ancho por cuatro de alto, seis de cuello y siete y medio
de cuerpo; peso actual, mil novecientas cincuenta y cuatro libras.
Ésta era la muestra traída de Texas. Su
llegada era la que pregonaban los anuncios. Él absorbía
aquel día la atención pública. Él era quien
presentaba a los aplausos de la multitud su feliz propietario.
Ante aquel nuevo astro palidecía el de Tom
Crabbe. Ante un cerdo monstruoso que iba a ser premiado en el concurso
de Spring Grove, John Milner, aterrado, retrocedió. Luego,
haciendo a Tom Crabbe señal para que lo siguiera, tomó de
nuevo el camino de su hotel, y descorazonado, humillado, se
encerró en su cuarto y no quiso volver a salir.

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