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La vuelta al mundo en 80 días
Editado
© Ariel Pérez
8 de noviembre del 2001
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La vuelta al mundo en ochenta días
Capítulo XX
Donde Fix entra directamente en relación con Phileas Fogg

Durante la anterior escena, que iba, quizá, a comprometer gravemente el porvenir de mister Fogg, éste se paseaba con Auda por las calles de la ciudad inglesa. Desde que la joven había aceptado la oferta de conducirla a Europa, mister Fogg había tenido que pensar en todos los pormenores que requiere tan larguísimo viaje. Que un inglés como él diese la vuelta al mundo con un saco de noche, pase; pero una mujer no podía emprender semejante travesía en tales condiciones. De ahí resultaba la necesidad de adquirir vestidos y objetos necesarios para el viaje. Mister Fogg hizo este servicio con la calma que le caracterizaba, y a todas las excusas y observaciones de la joven viuda, confundida con tanto obsequio, contestaba invariablemente:

-Esto es en interés de mi viaje; está en mi programa.

Efectuadas las compras, mister Fogg y la joven entraron en el hotel, y comieron en la mesa redonda que estaba servida suntuosamente. Después, mistress Auda, algo cansada, pasó a su habitación, estrechando antes la mano de su imperturbable salvador.

El honorable Phileas Fogg pasó toda la velada leyendo el Times y el Ilustrated London News.

Si algo debiera haberle asombrado, era no haber visto a su criado a la hora de acostarse; pero sabiendo que el vapor no salía de Hong-Kong hasta el día siguiente, no se preocupó por ello. Pero por la mañana Picaporte no acudió tampoco al llamamiento de la campanilla.

Nadie hubiera podido decir lo que pensó el honorable caballero al saber que su criado no había regresado a la fonda. Mister Fogg no hizo más que tomar su saco, avisar a mistress Auda y enviar a buscar un palanquín.

Eran entonces las ocho y la marea que debía aprovechar el Carnatic para su salida, estaba indicada para las nueve y media.

Cuando el palanquín llegó a la puerta de la fonda, mister Fogg y mistress Auda subieron al cómodo vehículo, y el equipaje siguió detrás de una carretilla.

Media hora más tarde los viajeros bajaban al muelle de embarque, y allí recibieron la noticia de que el Carnatic había emprendido viaje la vispera.

Mister Fogg, que esperaba encontrar a la vez al buque y a su criado, tuvo que pasar sin el uno y sin el otro; pero en su rostro, no apareció ninguna señal de inquietud, y se limitó a contestar.

-Es un incidente, señora mía, y nada más.

En aquel momento, un personaje, que lo observaba con atención, se acercó a él. Era el inspector Fix, quien le saludó y le dijo:

-¿No es usted, como yo, caballero, uno de los pasajeros del Rangoon llegado ayer?

-Sí, señor -contestó friamente mister Fogg-; pero no tengo la honra...

-Dispénseme, pero creí encontrar aquí a su criado.

-¿Sabe usted dónde está, caballero? -preguntó con viveza la joven viuda.

-¡Cómo! ¿No está con ustedes? -dijo Fix, fingiéndose sorprendido.

-No -repuso mistress Auda-. Desde ayer no hemos vuelto a verle. ¿Se habrá embarcado sin nosotros a bordo del Carnatic?

-¿Sin ustedes, señora?... -exclamó el agente-. Pero, permítame una pregunta: ¿pensaban, por lo visto, marcharse en el vapor?

-Sí señor.

-Yo también, señora, y me encuentro muy contrariado. ¡Habiendo terminado el Carnatic sus reparaciones, salió de Hong-Kong, doce horas antes sin avisar a nadie, y ahora será preciso aguardar ocho días la próxima salida!

Al pronunciar estas palabras "ocho días", Fix sentía latir de gozo su corazón. ¡Ocho días! ¡Fogg detenido ocho días en Hong-Kong! Había tiempo de recibir el mandamiento de prisión. En fin, la suerte se declaraba en favor del representante de la Ley.

Júzguese qué golpe recibiría cuando oyó decir a Phileas Fogg con sosegada voz:

-Pero me parece que en el puerto de Hong-Kong hay otros buques.

Y mister Fogg ofreció su brazo a mistress Auda y se dirigió a los docks, en busca de un buque dispuesto a marchar.

Fix le seguía, desconcertado. Diríase que un hilo invisible le tenía atado a aquel hombre.

No obstante, el azar paraecía abandonar a quien con tanta constancia había servido hasta entonces. Durante tres horas Phileas Fogg recorrió el puerto en todos sentidos, decidido, si era necesario, a fletar una embarcación para ir a Yokohama; pero no vio más que buques en carga o descarga, y que, por lo tanto, no podían aparejar. Fix comenzó a recobrar esperanzas.

Pero el caballero inglés no se desanimaba, estaba dispuesto a continuar sus investigaciones, aun cuando para ello tuviera que ir hasta Macao, cuando le salió al encuentro un marino, quien descubriéndose, le dijo:

-¿Busca Su Honor un barco?

-¿Lo tiene usted dispuesto a marchar? -preguntó mister Fogg.

-Sí, señor; un barco-piloto, número 43, el mejor de la flotilla.

-¿Marcha bien?

-Entre ocho y nueve millas por lo menos. ¿Quiere verlo Su Honor?

-Sí.

-Su Honor quedará satisfecho. ¿Se trata de un paseo por mar?

-No. De un viaje.

-¡Un viaje!

-¿Se encargaría usted de conducirme a Yokohama?

El marino, al oír esto, se quedó con los brazos colgando y los ojos desencajados.

-¿Su Honor se quiere burlar?

-¡No! He perdido la salida del Carnatic, y debo estar el 14, lo más tarde, en Yokohama, para tomar el vapor de San Francisco.

-Lo siento -contestó el piloto-; pero es imposible.

-Le ofrezco cien libras por día, y una prima de doscientas libras si llego a tiempo.

-¿De veras? - preguntó el piloto.

-Muy de veras -afirmó mister Fogg.

El piloto se había retirado aparte. Miraba al mar; evidentemente luchaba entre el deseo de ganar una suma enorme y el temor de aventurarse tan lejos. Fix padecía, entretanto, mortales angustias.

Por su parte, mister Fogg se había vuelto hacia Auda, y le decía:

-¿No tendrá miedo?

-Con usted, no, mister Fogg -respondió la joven viuda.

El piloto se había adelantado de nuevo hacia nuestro impasible caballero, dando vueltas al sombrero entre las manos.

-¿Y bien, piloto? -dijo mister Fogg.

-Pues bien, Su Honor -respondió el piloto-, no puedo arriesgar ni a mis hombres, ni a mí, ni a usted en tan larga travesía, sobre una embarcación de veinte toneladas y en esta época del año. Además, no llegaríamos a tiempo, porque hay mil seiscientas cincuenta millas de Hong-Kong a Yokohama.

-Mil seiscientas tan sólo -dijo mister Fogg.

-Lo mismo da.

Fix respiró una bocanada de aire.

-Pero -añadió el piloto-, habría quizá, modo de arreglar la cosa de otro manera.

-¿Cómo? - preguntó Phileas Fogg.

-Yendo a Nagasaki, en la punta meridional del Japón, mil cien millas, o a Shangai, que está a ochocientas millas de Hong-Kong. En esta última travesía nos separaríamos poco de la costa china, lo cual sería una gran ventaja, tanto más, cuanto que las corrientes se dirigen hacia el Norte.

-Piloto -respondió Phileas Fogg-, en Yokohama es donde debo tomar el correo americano, y no en Shangai ni en Nagasaki.

-¿Por qué no? - repuso el piloto-. El vapor de San Francisco no sale de Yokohama, sino que hace allí escala, así como en Nagasaki, siendo Shangai su punto de partida.

-¿Es cierto lo que dice?

-Cierto.

-¿Y cuándo sale el vapor de Shangai?

El 11, a las siete de la tarde. Tenemos cuatro días para llegar, esto es, noventa y seis horas; y con un promedio de ocho millas por hora, si nos acompaña la suerte, si el viento es del sudeste, si la mar está bonancible, podremos salvar las ochocientas millas que nos separan de Shangai.

-¿Y cuándo puede usted emprender la marcha?

-Dentro de una hora. El tiempo de comprar víveres y aparejar.

-Asunto convenido... ¿Es usted patrón del buque?

-Sí, señor; John Bunsby, patrón de la Tankadera.

-¿Quiere usted un adelanto?

-Si no sirve de molestia a Su Honor.

-Aquí tiene doscientas libras a cuenta... Caballero -añadió Phileas Fogg, volviéndose hacia Fix-, si quiere aprovechar..

-Iba a solicitar de usted ese favor -contestó resueltamente Fix.

-Pues bien. Dentro de media hora, estaremos a bordo.

-Pero ese pobre muchacho -indicó mistress Auda, a quien la desaparición de Picaporte preocupaba mucho.

-Voy a hacer por él todo cuanto pueda -respondió Phileas Fogg.

Y mientras Fix, nervioso y calenturiento, rabioso, se dirigía al barco-piloto, ambos se fueron a las oficinas de policía de Hong-Kong. Allí Phileas Fogg dio las señas de Picaporte para que lo enviasen a Europa. La misma formalidad se cumplió en el consulado de Francia, y después de haber pasado por el hotel donde fue recogido el equipaje, volvieron los viajeros al puerto.

Daban las tres. El barco-piloto número 43, con su tripulación a bordo y sus víveres embarcados, estaba a punto de hacerse a la vela.

Era la Tankadera una bonita goleta de veinte toneladas, delgada de proa, franca de corte, muy prolongada en su línea de agua. Parecía un yate de carreras. Sus brillantes colores, sus herrajes galvanizados, su puente blanco como el marfil, indicaban que el patrón John Bunsby sabía lo que se hacía en cuanto se refería a limpieza y curiosidad. Sus dos mástiles se inclinaban algo hacia atrás. Llevaba cangreja, mesana, trinquete, foques, cuchillos y botadores, y podía aparejar bandola para viento en popa. Marchaba maravillosamente, y de hecho había ganado ya muchos premios en las carreras de barcos-pilotos.

La tripulación de la Tankadera se componía del patrón John Bunsby y de cuatro hombres. Eran de esos atrevidos marinos que en todos tiempos se aventuran en empresas difíciles y conocen admirablemente aquellos mares. John Bunsby, hombre de cuarenta y cinco años, vigoroso y de tez morena, mirada viva y la figura enérgica, actitud bien plantada y muy sobre sí, hubiera inspirado confianza a los pasajeros más recelosos.

Phileas Fogg y mistress Auda pasaron a bordo, donde ya se encontraba Fix. Por la carroza de popa de la goleta se bajaba a una cámara cuadrada, cuyas paredes se arqueaban por encima de un diván circular. En medio había una mesa alumbrada por una lámpara a prueba de oscilaciones. Era aquello muy pequeño, pero muy limpio.

-Lamento no poderle ofrecer otra cosa mejor -dijo mister Fogg a Fix, quien se inclinó sin responder.

El inspector de policía sentía cierta humillación en aprovechar así los obsequios de mister Fogg.

-¡Seguramente -decía para sí-, es un bribón muy cortés, pero es un bribón al fin y al cabo!

A las tres y diez minutos fueron izadas las velas. El pabellón de Inglaterra ondeaba en la cangreja de la goleta. Los pasajeros estaban sentados en el puente. Mister Fogg y mistress Auda dirigieron una postrer mirada al muelle con el objeto de ver si Picaporte aparecía.

Fix no dejaba de tener su miedo, porque la casualidad hubiera podido guiar hasta aquel paraje al desgraciado muchacho a quien había tratado tan indignamente, y entonces hubiera mediado una explicación desventajosa para el agente. Pero el francés no se presentó, y sin duda, estaba aún bajo la influencia del embrutecimiento producido por el narcótico.

Por fin, el patrón John Bunsby pasó mar afuera, y tomando el viento con cangreja, mesana y foques, se lanzó ondulante sobre las aguas.

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