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La vuelta al mundo en 80 días
Editado
© Ariel Pérez
8 de noviembre del 2001
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La vuelta al mundo en ochenta días
Capítulo XXXVII
Donde se demuestra que Phileas Fogg no ha ganado nada en dar la vuelta al mundo,
sino el honor

¡Sí! Phileas Fogg en persona.

Recuérdese que a las ocho y cinco minutos de la tarde, unas veinticuatro horas después de la llegada de los viajeros a Londres, Picaporte fue encargado de prevenir al reverendo Samuel Wilson para cierto casamiento que debía celebrarse al día siguiente.

Picaporte partió muy alegre, yendo con paso rápido al domicilio del reverendo Samuel Wilson, que no había regresado aún a casa. Naturalmente, Picaporte tuvo que esperar unos veinte minutos.

En suma, eran las ocho y treinta y cinco cuando salió de casa del reverendo. ¡Pero en qué estado! El pelo desordenado, sin sombrero, corriendo como jamás ha corrido hombre alguno, derribando a los transeúntes y precipitándose como una tromba, por las aceras.

En tres minutos llegó a la casa de Saville Row, y casi sin aliento entró en el cuarto de mister Fogg.

No podía hablar.

-Señor... -tartamudeó Picaporte-, casamiento... imposible.

-¿Imposible?

-Imposible... para mañana.

-¿Por qué?

-¡Porque mañana... es domingo!

-Lunes -respondió mister Fogg.

-No...; hoy... sábado.

-¿Sábado?... ¡Imposible!

-¡Sí, sí, sí -exclamó Picaporte-. ¡Se ha equivocado usted en un día! ¡Hemos llegado con veinticuatro horas de adelanto..., pero sólo le quedan diez minutos!...

Picaporte tenía cogido a su amo por el cuello y lo impelía con fuerza irresistible.

Phileas Fogg, así llevado sin tener tiempo de reflexionar, salió de su casa, saltó a un cab, prometió cien libras al cochero, y después de haber aplastado dos perros y atropellado cinco coches, llegó al Reform Club.

El reloj marcaba las ocho y cuarenta y cinco minutos cuando apareció en el gran salón.

¡Phileas Fogg había dado la vuelta al mundo en ochenta días!

¡Phileas Fogg había ganado la apuesta de veinte mil libras!

¿Y cómo siendo tan exacto y minucioso, había podido quivocarse en un día? ¿Cómo se creía en sábado, 21 de diciembre, cuando había llegado a Londres en viernes, 20 de diciembre, setenta y nueve días después de su salida?

He aquí el motivo de este error. Es muy sencillo.

Phileas Fogg, sin sospecharlo, había ganado un día en su itinerario, porque había dado la vuelta al mundo yendo hacia Oriente; lo hubiera perdido yendo en sentido inverso, es decir, hacia Occidente.

En efecto, marchando hacia Oriente, Phileas Fogg iba al encuentro del Sol, y por lo tanto, los días disminuían para él tantas veces cuatro minutos como grados recorría. Hay 360 grados en la circunferencia, los cuales, multiplicados por cuatro minutos, dan precisamente veinticuatro horas, es decir, el día inconscientemente ganado. En otros términos: mientras Phileas Fogg, marchando hacia Oriente, vio el Sol pasar ochenta veces por el meridiano, sus colegas de Londres no lo habían visto más que setenta y nueve. Por eso aquel mismo día, que era sábado y no domingo, como lo creía mister Fogg, le esperaban los de la apuesta en el salón del Reform Club. Y esto es lo que el famoso reloj de Picaporte, que siempre había conservado la hora de Londres, hubiera acusado, si al mismo tiempo que las horas y los minutos hubiese marcado los días.

Phileas Fogg había ganado, pues, las veinte mil libras; pero, como había gastado en el camino unas diecinueve mil, el resultado pecuniario no era de importancia. Sin embargo, como se ha dicho, el excéntrico no había buscado en aquella apuesta más que la lucha y no la fortuna. Y distribuyó las mil libras que le sobraban entre Picaporte y el desgraciado Fix, contra quien era incapaz de conservar rencor. Sólo que para mera formalidad descontó a su criado el precio de las mil novecientas veinte horas de gas gastado por su culpa.

Aquella misma noche, mister Fogg, tan impasible y tan flemático como siempre, dijo a mistress Auda:

-¿Le conviene aún el casamiento?

-Mister Fogg -contestó mistress Auda-, a mí es a quien toca hacerle la pregunta. Estaba usted arruinado, y ahora es rico...

-Dispense, esa fortuna le pertenece. Sin la idea de ese matrimonio, mi criado no habría ido a casa del reverendo Samuel Wilson, no se hubiera descubierto el error, y...

-¡Mi querido Fogg!... -dijo la joven.

-¡Mi querida Auda!... -respondió Phileas Fogg.

Innecesario es decir que el casamiento se celebró cuarenta y ocho horas después; y Picaporte, engreído, resplandeciente, deslumbrador, figuró en él como testigo de la novia. ¿No la había él salvado y no le debía esa honra?

Al día siguiente, al amanecer, Picaporte llamó con estrépito a la puerta de su amo.

La puerta se abrió y apareció el impasible caballero.

-¿Qué hay, Picaporte?

-Lo que hay, señor, es que acabo de saber ahora mismo...

-¿Qué?

-Que podíamos haber dado la vuelta al mundo en setenta y nueve días tan sólo.

-Sin duda -contestó mister Fogg-, no atravesando el Indostán; pero entonces no hubiera salvado a mistress Auda, no sería mi mujer, y...

Y mister Fogg cerró la puerta tranquilamente.

Así, pues, la apuesta estaba ganada, haciendo Phileas Fogg su viaje alrededor del mundo en ochenta días. Había empleado para ello todos los medios de transporte, vapores, ferrocarriles, coches, yates, buques mercantes, trineos, elefantes. El excéntrico caballero había desplegado en ese negocio sus maravillosas cualidades de serenidad y exactitud. Pero, ¿qué había ganado con semejante excursión? ¿Qué había obtenido de su viaje?

Nada, se dirá. Nada, enhorabuena, a no ser su linda mujer, que por inverosímil que parezca, le hizo el más feliz de los mortales.

Y en verdad, ¿no se daría por menos esa vuelta al mundo?

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