Una ciudad flotante
Capítulo XVI
Al entrar en el gran salón, vi el siguiente
programa fijado en la puerta:
ESTA NOCHE
PRIMERA PARTE Ocean Time, por Mr.
Mac Alpine.
Canción: Beautiful isle of the sea,por Mr. Ewing.
Lectura: Mr. Affleet.
Solo de piano: Chant du berger, por Mrs. Alloway.
Canción: Doctor T...
Intermedio de diez minutos.
SEGUNDA PARTE Solo de piano: Mr. Paul
V...
Representación: Lady of Lyon por Doctor T...
Entretenimiento: Sir James Anderson.
Canción: Happy moment, por Mr. Norville.
Canción: You remember, por Mr. Ewing.
FINAL God save the Queen
Como se ve, era un concierto completo: primera parte,
intermedio y final. Sin embargo, al parecer faltaba algo en aquel
programa pues oí murmurar detrás de mí:
-¡Cómo! ¡No hay nada de
Mendelsohn!
Me volví, y vi un simple camarero que
protestaba de la omisión de su música favorita.
Volví a subir a cubierta y me puse a buscar a
Mac Elwin; Corsican acababa de decirme que Fabián había
salido de su camarote, y yo deseaba aunque sin importunarle sacarlo de
su aislamiento. Le encontré a proa y hablamos un rato, pero
él no hizo ninguna alusión a su pasado. A veces se
quedaba callado, pensativo, absorto; parecía no oírme, y
se apretaba el pecho para reprimir una sensación dolorosa.
Mientras nos paseábamos los dos, Enrique Drake
pasó por nuestro lado varias veces. Siempre era el mismo hombre,
bullicioso, gesticulador, tan molesto como lo sería un molino en
un salón de baile. ¿Me engañé? No
sabría decirlo, pues estaba preocupado; pero me pareció
que Enrique Drake observaba a Fabián con cierta insistencia. Mi
amigo debió notario, pues me dijo:
-¿Quién es este hombre?
-No lo sé -respondí.
-¡Me es muy antipático!
-añadió Fabián.
Déjense dos buques en alta mar, sin viento, sin
corrientes, y acabarán por aproximarse. Pónganse dos
planetas inmóviles en el espacio y acabarán por chocar.
Colóquense dos enemigos en medio de una muchedumbre y se
encontrarán inevitablemente. Eso es fatal: todo es
cuestión de tiempo.
Llegada la noche, el concierto se celebró con
arreglo al programa. El salón, lleno de espectadores, estaba
espléndidamente iluminado.
A través de las escotillas entreabiertas, se
veían los anchos y atezados rostros de los marineros y sus
encallecidas manos; parecían mascarones incrustados en las
volutas del techo. En la puerta se apiñaban los camareros. La
mayor parte de los espectadores estaban sentados en divanes,
sofás, butacas, sillas y taburetes, arrimados a las paredes y
frente al piano, que se hallaba perfectamente atornillado entre las dos
puertas que daban al salón de las señoras. De vez en
cuando el balance del buque agitaba a la concurrencia. Los sillones y
las sillas de tijera resbalaban; una especie de oleada imprimía
una misma ondulación a todas aquellas cabezas.
Agarrábanse unos a otros sin decir una palabra y sin permitirse
la menor chanza; pero, gracias a lo arrimados que estaban, ninguno
podía caer.
Empezó el concierto con la lectura del Ocean
Time. El Ocean Time era un diario político, comercial
y literario, que algunos pasajeros habían fundado, para
satisfacer las necesidades de a bordo.
Americanos e ingleses acogieron con entusiasmo aquella
especie de entretenimiento y pasaban el día escribiendo su
periódico. Debemos consignar que si los redactores no eran muy
listos, tampoco eran exigentes sus lectores que se contentaban con bien
poca cosa. El número primero de abril contenía un primer
Great Eastern bastante pesado sobre política general,
sección de gacetillas que hubieran aburrido a un francés,
cotizaciones de bolsa imaginarias, telegramas inocentes, alguno que
otro suelto insulso y unas cuantas críticas que no invierten
sino al que las escribe. El honorable Mac Alpine, que era un americano
dogmático, leyó en alta voz aquellas insípidas
elucubraciones, que aplaudieron sus oyentes, y terminó con los
siguientes sueltos:
"Se dice que el presidente Johnson ha renunciado
el cargo en favor del general Grant"
"Se asegura que el papa Pío IX ha designado para sucederle
al príncipe imperial"
"Parece que Hernán Cortés ha acusado de plagio al
emperador Napoleón III, por su conquista de
Méjico"
Después de haber sido muy aplaudida la lectura
del Ocean Time, el honorable mister Ewing, un tenor muy guapo,
suspiró la Beautiful isle of the sea con toda la aspereza
de una garganta inglesa.
La lectura me pareció que tenía
algún atractivo: pero se redujo a que un digno hijo de Tejas
leyó dos o tres páginas de un libro, empezando en voz
baja, y continuando en alta voz. Fue muy aplaudido.
El Chant du berger, un solo de piano, por
mistress Alloway, inglesa que cantó un rubio menor, corno
diría Teófilo Gauthier, y una pantomima escocesa del
doctor T... terminaron la primera parte del programa.
Después de un intermedio de diez minutos,
durante el cual, nadie abandonó su asiento, principió la
segunda parte del concierto. El francés Paul V... tocó
dos valses preciosos, inéditos, que fueron ruidosamente
aplaudidos. El médico de a bordo, un joven moreno muy presumido,
recitó una escena burlesca, especie de parodia de The lady of
Lyon, drama muy popular en Inglaterra. A lo burlesco sucedió
el entretenimiento. ¿Qué nos preparaba con este nombre
sir James Anderson ¿Una conferencia o un sermón?
Ni una cosa ni otra. Sir James Anderson, sonriendo, sacó
una baraja de su bolsillo, se arremangó los puños de la
camisa e hizo juegos de manos tan sencillos como bonitos, y que
merecieron muchos aplausos.
Después de Happy moment, de
mister Norville y del You remember, de mister
Ewing, el programa anunciaba el God save the Queen.
Pero algunos americanos rogaron a Paul V... que en su
calidad de francés, cantara el himno nacional de Francia. Al
instante mi dócil compatriota empezó el inevitable
Partant pour la Syrie, suscitando enérgicas reclamaciones
por parte de un grupo de norteamericanos que querían oír
la Marsellesa. Entonces, sin hacerse de rogar, el obediente pianista
con una condescendencia que demostraba mayor facilidad musical que
convicciones políticas, atacó vigorosamente el canto, de
Rouget de l'Isle. Aquel fue el mayor éxito del
concierto.
Después, los espectadores, en pie, entonaron
lentamente, ese canto nacional en que se ruega a Dios "que guarde
a la reina".
En resumen, aquella velada valió tanto
como todos los conciertos de aficionados, es decir, que tuvo un
éxito para los autores y para sus amigos. Fabián no
asistió a ella.
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