Imagen que identifica al sitio Nombre del sitio Proponer un intercambio de vínculos
Línea divisoria
Página de inicio

Imagen de identificación de la sección


Una ciudad flotante
Editado
© Ariel Pérez
16 de febrero del 2002
Indicador Capítulo I
Indicador Capítulo II
Indicador Capítulo III
Indicador Capítulo IV
Indicador Capítulo V
Indicador Capítulo VI
Indicador Capítulo VII
Indicador Capítulo VIII
Indicador Capítulo IX
Indicador Capítulo X
Indicador Capítulo XI
Indicador Capítulo XII
Indicador Capítulo XIII
Indicador Capítulo XIV
Indicador Capítulo XV
Indicador Capítulo XVI
Indicador Capítulo XVII
Indicador Capítulo XVIII
Indicador Capítulo XIX
Indicador Capítulo XX
Indicador Capítulo XXI
Indicador Capítulo XXII
Indicador Capítulo XXIII
Indicador Capítulo XXIV
Indicador Capítulo XXV
Indicador Capítulo XXVI
Indicador Capítulo XXVII
Indicador Capítulo XXVIII
Indicador Capítulo XXIX
Indicador Capítulo XXX
Indicador Capítulo XXXI
Indicador Capítulo XXXII
Indicador Capítulo XXXIII
Indicador Capítulo XXXIV
Indicador Capítulo XXXV
Indicador Capítulo XXXVI
Indicador Capítulo XXXVII
Indicador Capítulo XXXVIII
Indicador Capítulo XXXIX

Una ciudad flotante
Capítulo XXV

En cuanto el Great Eastern hubo virado de bordo, presentando su popa a las olas, cesaron los balances. La inmovilidad mas absoluta sucedió a la mayor agitación. El almuerzo estaba servido. La mayor parte de los pasajeros, reanimados por la quietud del buque, bajaron al dining room y pudieron comer sin experimentar sacudida ni choque alguno. Ni un plato cayó al suelo, ni una copa derramó su contenido sobre el mantel a pesar de no haberse colocado las mesas de suspensión.

Pero tres cuartos de hora después empezó la danza de los muebles, los objetos colgados se balanceaban y la loza chocaba en los aparadores. El Great Eastern acababa de emprender otra vez su interrumpido rumbo al Oeste.

Subí a la cubierta con el doctor Pitferge, quien encontrando allí al dueño de las muñecas, le dijo:

-Amigo mío, toda su pequeña familia ha pasado por una prueba terrible; no balbucearán ya en los Estados Unidos.

-¡Bah! -contestó el industrial parisiense-. La pacotilla estaba asegurada y mi secreto no se ha ahogado con ella. Volveremos a hacer muñecas como ésas.

Como se ve, mi compatriota no se desesperaba fácilmente. Nos saludó con mucha amabilidad y nos dirigimos hacia la popa donde un timonel nos dijo que se habían enredado las cadenas del gobernalle en el intervalo que medió entre los dos golpes de mar.

-Si este percance hubiera ocurrido en el momento de la evolución -me dijo Pitferge-, no sé lo que hubiera sucedido, pues la mar se precipitaba entonces a torrentes sobre el buque. Las bombas de vapor han comenzado ya a sacar el agua; pero no ha concluido todo.

-¿Y el pobre marinero? -le pregunté.

-Está gravemente herido en la cabeza. ¡Pobre mozo! es un pescador, casado y con dos hijos, que hacía su primer viaje a ultramar. El médico de a bordo responde de su curación, y eso es lo que me hace temer por su vida; en fin, ya veremos. También ha cundido el rumor de que el golpe había arrebatado otros marineros; pero, afortunadamente, no es cierto.

-Parece que hemos vuelto a seguir nuestro rumbo.

-Si, el rumbo al Oeste, contra viento y marea demasiado se conoce -añadió agarrándose a un gancho para no rodar por la cubierta. ¿Sabe usted lo que haría yo del Great Eastern si fuera mío? Pues lo convertiría en un barco de lujo a diez mil francos por pasaje. Entonces no irían a su bordo más que millonarios, gente que no tuviera prisa. Se invertiría un mes o seis semanas en ir de Inglaterra a América; jamás cortaríamos las olas al sesgo, siempre navegaríamos viento en popa, no se conocerían ni los balances ni el cabeceo, mis pasajeros estarían libres de mareo y yo les pagaría cien libras por cada nausea.

-Es una idea práctica -le respondí.

-¡Sí! -replicó-, se podría ganar dinero... o perderlo.

El steam ship continuaba su ruta a poca máquina dando sus ruedas cinco o seis vueltas a lo más para irse sosteniendo. El oleaje era formidable; pero el estrave hendía con regularidad las olas y no embarcaba agua. No era ya el buque una montaña de metal que avanzaba contra una montaña de agua sino una roca recibiendo indiferente losembates de las olas. Una lluvia copiosísima nos obligó a buscar un refugió en el salón principal. Esto calmó el viento y la mar. El cielo se aclaró por el Oeste, deshaciéndose en el opuesto horizonte los densos nubarrones que lo cubrían. El huracán nos envió sus últimas rachas hacia las diez de la mañana.

Al mediodía pudo, ya medirse la altura con bastante exactitud:

Latitud: 41º 50' N.
Longitud: 61º 57' O.
Distancia: 193 millas.

Esta considerable disminución en la marcha recorrida sólo debía atribuirse a la tempestad que había combatido el buque por la noche y a la madrugada tempestad tan terrible que uno de los pasajeros, verdadero habitante del Atlántico, pues lo había atravesado cuarenta y tres veces, no había visto otra igual. Además, el ingeniero confesó que nunca había sufrido el Great Eastern los embates de olas con tanta violencia como entonces. Pero debemos repetirlo: si el admirable steam ship anda medianamente, si se balancea demasiado, ofrece en cambio seguridad completa ante los furores del mar. Resiste como una roca maciza y esa rigidez se la debe a la perfecta homogeneidad de su construcción, a su doble quilla y al ajuste maravilloso de sus piezas.

Su resistencia es absoluta. Pero repetimos igualmente que por grande que sea su resistencia no debe oponérsele a una mar desencadenada. Por grande que sea, por fuerte que se le suponga un buque no se "deshonra" por huir de la tempestad. Un capitán no debe olvidar jamás que la vida de una persona vale más que la satisfacción de su amor propio. Si el obstinarse es siempre peligroso, el empeñarse es censurable y un ejemplo reciente, una catástrofe lamentable, acaecida a uno de los paquebotes transatlánticos, nos prueba que un capitán no debe desafiar al mar, aun cuando esté a punto de ser alcanzado por algún buque de una compañía rival.

Ir al próximo capítuloIr al capítulo anterior

SubirSubir al tope de la página


© Viaje al centro del Verne desconocido. Sitio diseñado y mantenido por Ariel Pérez.
Compatible con Microsoft Internet Explorer y Netscape Navigator. Se ve mejor en 800 x 600.